Capítulo 8

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Nos estaban esperando cuando llegamos. Nada más poner un pie en el suelo del castillo, una mano golpeó la cabeza de Takaishi y provocó que se desmayara. Desde un primer instante vi venir la mano de Pesbas, otro de los hombres de Régar, pero no hubiera podido pararla.

De todas formas, no lo intenté. Observé el cuerpo inconsciente de Takaishi y me convencí de que lo mejor era que las cosas se dieran así, que no fuera capaz de ver adónde lo habían llevado ni de asustarse lo suficiente como para enfadar a Régar. De hacerlo, seguramente recibiría más golpes de los que su cuerpo pudiera soportar.

Pesbas lo levantó en volandas y se dio la vuelta para esperar órdenes. Lórman, Pyrus y otros cinco hombres más guardaron silencio en cuanto Régar se puso en pie desde su trono. Yo me quedé en el sitio con una rodilla hincada en el suelo.

—Vamos a darle una habitación especial a nuestro invitado.

Esas palabras y un movimiento de cabeza de Régar fueron suficientes para que Pesbas se pusiera en marcha.

En ese momento quise detenerlos. Juro que estaba deseando gritar, levantarme, parar a Pesbas, quitarle a Takaishi y devolverlo a su casa, pero no solo había nueve hombres sombra a mi alrededor para detenerme, sino que el propio Pesbas podía conmigo sin ayuda.

No vi adónde se lo llevaron. Clavé la mirada en las líneas irregulares del suelo destrozado de aquel castillo y esperé a que la sala se quedara casi vacía.

Régar no me dijo nada. Acompañó a Pesbas y a Takaishi, junto a la mayoría de sus hombres. No pude evitar preguntarme cuál era el motivo de que los hubiera congregado a todos para esa misión, si Takaishi no podía suponer ningún tipo de peligro por sí solo.

Cuando dejé de escuchar su voz fue cuando alcé la cabeza. Tan solo quedaban Pyrus y Nedrogo, otro sombra sin poder ni cerebro, con ínfulas de rey, que se creía superior a mí. Siempre llevaba el pelo castaño recogido en una coleta baja que habitualmente reposaba sobre sus hombros compactos. También era más bajito que Pyrus y casi más que yo, pero eso no le impedía mirar a todo el mundo por encima del hombro. En especial a mí, claro.

Me puse en pie.

—¿Qué van a hacerle? —pregunté.

—¿Estás preocupado por si le hacemos daño a tu amiguito, mestizo?

Al principio pensé que lo mejor sería no reaccionar a sus provocaciones, pero cuando lo miré y vi su expresión altanera, no pude evitarlo.

—Nunca me ha preocupado que tú pudieras hacerle daño a nadie, Pyrus.

Nedrogo tardó en entenderlo, pero acabó riéndose.

Zimme phanilé nipao —gruñó Pyrus.

Yo no tenía un gran nivel de ofiuco por aquel entonces, pero estaba curtido en insultos por su parte y pude entender algo así como «bastardo mestizo repugnante».

Me encogí de hombros al ver su rostro iracundo y su mirada de odio.

Una de las cosas que más detestaba era darles motivos suficientes a los hombres de Régar como para desestabilizarme o hacerme daño, por lo que siempre evitaba mostrar cualquier signo de que sus palabras me afectaran. En general no lo hacían. Régar era el único de todos ellos que disponía del poder suficiente para hacerme perder el control de mí mismo.

Me agaché para sacar la capa y la máscara de mi mochila, y me las puse.

—¿A dónde vas?

—No es asunto tuyo.

La tensión en los músculos de Pyrus aumentó. Noté que se contenía para no pegarme.

—Régar no quiere que hagas cosas por tu cuenta —intervino Nedrogo, aún de brazos cruzados.

Digimon Adventure: Proyecto MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora