XVI - Responsabilidad

410 58 5
                                    

En cuanto Pepa se pudo poner de pié Alma la mando de nuevo a sus tareas comunes. Quisiera que me escuchará, como puede mandarla aún se ve cansada, además Toñito aún era muy pequeño necesitaba de su mamá.

Dolores y Mirabel seguían cuidando de él la mayor parte del tiempo, además que Felix y Agustín también pasaron más tiempo en casa. Los demás niños de la casa usaban sus dones en el pueblo y ya no eran requeridos para la familia.

Con apenas un año Toñito fue llevado a la guardería. Abrí la puerta para que fuera más fácil que Agustín y Félix metieran al cuna.

–¿Porque insisten en cargarla cuando yo puedo moverla?

–No lo sé casita –Mirabel caminaba detrás de ellos.

–Lo siento Mirabu parece que compartirás habitación de nuevo... –Hablo Agustín, pero sonaba triste por algún motivo.

–Me gusta estar con Toñito.

–Lo se Mira y a Toñito le encantas pero puede ser agotador... Es mucha responsabilidad. –Felix no se oía bien. –Pero es lo que abuela dice, además tu tía no se ha sentido bien y el ruido de truenos lo despierta constantemente.

–¿Segura que puedes con esto Mirabu?

–Si papi, además tío dice que ya duerme toda la noche.

Se detuvieron en la puerta, habían olvidado algo, no habían movido la cama que fue de Camilo.

–Yo me encargo –Movi la cama a un lado para que entre la cuna. –Listo, ¿Porque las caras?

–Papi, tío. ¿Están bien?

Estaban boquiabiertos, supongo que ese es el porque.

Mirabel estaba feliz desde que se mudó Toñito, pero no me gustaba mucho el porque. Decía que por fin era útil para la familia.

–Siempre has ayudado a la familia

–Pero no tengo don.

–Es cierto pero... –La movi de la venta para que estuviera en medio de la habitación. –Sigues siendo una niña maravillosa, gracias a ti Toñito se duerme más fácil.

–Por eso, al fin... Woah–La meci de un lado a otro llevándola fuera de la habitación.

–Le diste a Dolores unos lindos tapones que le han ayudado.

–Pero los necesitaba.

–A Luisa esa suavecita almohada, ayudas a Camilo a estudiar en la escuela. –Mirabel veía hacia abajo, donde iba llegando la familia. –Ayudas a todos, todo el tiempo, incluso en el pueblo y lo sé aunque estoy aquí.

–Pero...

–Sin peros.

La hice deslizarse hasta el piso de abajo donde se unió al resto para la cena. Era difícil animarla y borrar esa carita triste, pero no podía dejar que la única en esta familia que puede oírme este triste.

O al menos a ella si podía animarla.

El espiritu de CasitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora