Colocó sus zapatillas rosadas en ambos pies, y entrelazó los pequeños lazos que éstas tenían, acomodó su tutú y se miró al espejo, bufó, sus piernas se volvieron más delgadas a la velocidad de la luz, hundía sus dedos en la garganta y devolvía así, todo lo que había ingerido anteriormente.
Leonella poseía un cabello color turquesa, con el flequillo algo descolorido, puesto que la única parte que se esmeraba en teñir era el resto de su cabello. Leonella no usaba pendientes, no usaba faldas, no usaba blusas ajustadas, no pintaba sus uñas ni usaba zapatillas con tacón o de plataforma, no le interesaba maquillarse, ni arreglar su cabello. Usaba habitualmente sus converse color negro y algun pantalón que tuviera, desgastado de las rodillas. Blusas con algún estampado o suéteres, que cubrieran sus muñecas o que le quedaran no chicos, gigantes, una de sus bandas favoritas, The 1975.
Colocaba sus auriculares en sus oídos por las clases que no le interesaban en absoluto y los escondía con algún mechón de cabello, Antonella, una chica totalmente distraída y despistada, con promedios de nueve hacia arriba, usaba vestidos color menta, que hacían resaltar su cintura, y un poco de rimel en las pestañas, un rubor rosado pero no tanto y pintura de labios tenúe. Asistía a la biblioteca por las tardes, y veía a una chica, un tanto extraña para su parecer, con el cabello color turquesa y al natural, sin ninguna pizca de maquillaje en su rostro, notablemente delgada y, hermosa, para Antonella.
Los opuestos se atraen.
A ella le agradaba el turquesa del cabello de Leonella, el azul grisáceo de sus ojos y la delicadeza de sus movimientos, que magicamente no se veían tan sutiles, si no, despreocupados.
Y así como lo decía esa frase, Antonella decidió cambiarla:
"El turquesa y el rubio se atraen ".