Capítulo final, ❝dejarlo ir❞

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La tempestad de emociones comenzaba, primero algunas horas de agua salada resvalando por sus mejillas, y después la furia, el pensar que no debía hacerlo, pero a la vez sí.
La vísperas de felicidad, aquellas como su cumpleaños o aquel día en la biblioteca eran cometas que pasaban de soslayo por sobre su cabeza, y le hacían recaer prolongadamente.

Le recordaba a aquellas películas en las que, el protagonista es lastimado (psicológicamente) por el antagonista, y se entristece.
Y ahora el antagonista era Calipso, que tenía el poder sobre todo lo que quisiese, como Curtis y Antonella.
Aquellos seres que, en un momento, le hicieron ser feliz y volver a serlo.
Pero que ahora se convertían en su mayor perdición, haciéndole sufrir, pero le hacían bien a la par.
La decisión que se había tomado ya con tiempo, no era repentina, ya que el desaparecer de la faz de la tierra, y de la faz de seguir viviendo.

Siempre lo pensó, pero nunca se imaginó haciéndolo por dos personas, que ahora ya eran diferentes, y no sabía porqué.
El hecho le parecía fantástico, y a la vez aterrador, el suicidio mediante la auto-medicación, había visto eso antes, en muchos de los libros que le gustaba leer, ingerían una dosis fuerte de estas lindas pastillas, el hecho gracioso es que, las puedes comprar en cualquier farmacia, y sin restricción alguna, quizá una receta médica falsa y conseguías uno o dos frascos de pastilas para dormir, por la noche, y por siempre.
Y eso era lo que quería Leonella, dormir por siempre, sin sentir dolor, morir durmiendo, soñar que mueres, pero no ser conciente de ello, por eso lo hacía, porque morir nunca fue su primer opción, y el hecho de morir, causándose dolor suficiente hasta conseguirlo no le gustó, por eso llevó acabo el plan b, que era más económico y no tan doloroso.
Las cartas yacían en su cama, era el momento de hacerlo.

8:30 p.m.
Tomó las pastillas, exactamente a esa hora, le era importante morir en el tiempo adecuado. El frasco contenía veinte pastillas, y las veinte ingirió.
Pensó en las sonrisas, por Antonella.
Las lágrimas, por Louise y Georgie.
La confusión, por Curtis.
El viaje a la obscuridad comenzó, y durmió como nunca, a excepción de que no despertó, y durmió plácidamente.

Periódico local, noticia de primera plana.
La señorita Leonella Frauché, esta noche del 15 de marzo, se ha automedicado, causándose así, la muerte mientras dormía.
Dos cartas se encontraron en su cama, pero uno de los destinatarios no ha sido localizado, la señorita Antonella, mencionada en la carta, novia de Leonella, ha sido encontrada en Los Ángeles, pero sin querer dar la cara, ha negado el amorío con la pelirroja.

Las razones de su suicidio no se hacen saber en su carta.
Leonella seguía dormida, pero ahora Curtis la acogía, en el mismo armario en el que solía esconderse.

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