❝Princesa❞

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Nunca, en su vida se sintio más nerviosa, era la tarde de un jueves y Leonella le había invitado a una "cita", ahora ella sufrió las pequeñas onomatopeyas, su corazón palpitaba rápidamente, como queriendo desbocarse y salir corriendo a unirse con el de Leonella.
Al llegar al restraurante, pasó sus manos por su vestido, éstas sudaban, haciendo notable su nerviosismo.
Le plebellée era el nombre del elegante lugar al que la pelirroja le había invitado, buscó su cabellera por cada una de las mesas, no le sería difícil encontrarla, y ahí, visualizó su rostro, con una gran sonrisa pintada en él, y esta pequeña curvatura le hacía ver preciosa.

Se sentó en la silla que se ubicaba delante de la de la chica y le sonrió, en eso llegó el mesero pidiéndoles que le hicieran saber que pedirían, se dio cuenta de que el morocho de ojos color miel miraba a la pelirroja con una sonrisita pícara, y tomó la mano a la última y sonrió con algo de malicia hacia el mesero, "¿Qué pedirás, princesa?", trató de hacer énfasis en la última palabra, sonrió de nuevo, pero ésta vez satisfecha.
Pidió lo mismo, pasta con algo de ensalada césar, y una limonada rosa.

"¿Qué ha sido eso?", preguntó Leonella, que fue algo más como un susurro, la aludida para responder esa pregunta, chasqueó la lengua y respondió, "¿viste como te miraba?", ella negó y suspiró, abrió sus labios para pronunciar algo y en ese momento volvió a hablar "no puede mirarte así, y esa sonrisa, dios, tiene que saber que tú eres a", se sonrojó con fuerza, y rió nerviosa, apretó la mano de ahora su poseedora y acarició sus nudillos con su dedo pulgar.
Concluyó en que le agradaba que le llamasen princesa, pero no cualquiera, no, sólo su Leonella.
(...)
La cena terminó en mimos y uno que otro beso, uno muy cerca de los labios, en la comisura y uno justo ahí, en los labios.
El rojo de su cabello ondeaba a cada paso que daban y sus manos se sentían cálidas sobre las suyas, sus pies iban al compás e iban realmente sonrientes, aún no se daban cuenta de lo que eran, si novias, si "amigas" u otra cosa.
Stanley les veía desde un callejón, triste, pero no se inmutó en llamarles o hacer algún ruidillo para que le notasen.
Sabía que no lograría separarlas, pero valía intentar un poquito, su plan anaranjado no se quedaría estancado ni mucho menos lo cancelaría, porque no se rendiría, oh, no.

Pero alguien tenía un plan para ella también, y sería algo muy fuerte, como lo es el amor y algo que si bien no era débil, no le ganaba al amor y al lazo que tenían las chicas.
Era amor y no lo negaban, porque aún no lo descubrían.

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