❝¿Rebeldía?❞

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La adrenalina corría por sus venas, sus puños se apretaban por lo aue sus nudillos se veían blanquecinos, y la razón de todo esto, Stanley, la chica castaña que nunca en su mísera vida había visto, estaba abrazando a Antonella, es decir, no le importaba, ya que nunca la había abrazado y ahora que lo pensaba bien, nunca le hablaba ni le prestaba la más mínima atención.
Estaban en el escritorio que compartían juntas, abrazándose, aparentemente sin cansarse de hacer aquello, suspiró y se rindió, chocando su cabeza contra el pequeño escritorio, ni si quiera se molestó en soltar algún quejido y siguió haciéndolo, no podía adueñarse de algo así como así, tapó su cara, hasta que sintió algo golpearle, una bolita, de papel.
La desdobló y levantó la cabeza, destapándose el rostro y comenzó a leer aquella nota.
Así va esto, nos dejas en paz y ya no la molestas, lo noté, nos veías con una furia, que parecía que en cualquier momento te saldría humo por los oídos. Ella es mía, ayer por la tarde, mientras tu te hundías en tu sufrimiento la invité a mi casa, vimos algunas películas y mientras dormía la besé, ha de haber soñado con ello.
Con cariño, Stanley.x
La furia había, regresado, y lo que más le molestaba era que a Antonella se le veía tan feliz junto a ella, se comportaba como una pequeña con una aguja, sonreía, pero no sabía que se podía pinchar con ella, y ese era el caso, Antonella era la pequeña y Stan era la aguja.
Dicen que las apariencias engañan, y eso es realmente cierto, sólo que no en todos los casos, por ejemplo en este, sólo su apariencia engañaba a los demás y su actitud, es de esas chicas que son realmente cínicas a la hora de hacerle daño a alguien.
Stanley aparentaba ser una chica linda, extremadamemte tierna y alguien con quién podías entablar una conversación con facilidad, sutil, pero no demasiado, alguien en que podías contar siempre. Pero no lo era del todo, era testadura y como antes mencionaba cíncina y con una actitud de lo más estúpida, egoísta.
No podría detenerle, era más fuerte que ella, el egoísmo es totalmemte arrogante, sufrimiento, egoísmo, probablemente las cosas terminarían realmente mal, y le era fácil pelear con el dolor, pero no le sería fácil luchar con el egoísmo, el cinismo y varias cosas más.
Y la tenía, a la chica rubia de bonita sonrisa que era todo lo que aparentaba ser Stanley, sólo que había una diferencia, ella no lo fingía.
Leonella no se esforzaba por tener una buena actitud o cosas por el estilo, ni si quiera en mostrarse agradecida por algún favor, antes de la muerte de Curtis, ella era como Antonella, sonreía cada segundo del día, por cualquier tontería o vergüenza que pasara, jugaba con Kyu y le acariciaba con ternura mientras sonreía, su cabello mantenía su color natural, que era como el de Curtis, pelirrojo.
Eso le causaba gracia, y a veces jugaban con los demás, diciéndoles que eran hermanos y demás bromas.
Pero cuando murió, recordó la nota que Curtis le había dado, donde le explicaba que a él le hubiera gustado teñir su cabello, pero los doctores se lo impedían, que le hubiera gustado aprender a tocar la guitarra, y tampoco le dejaban, ser libre por un momento y disfrutar de todo lo que no pudo mientras agonizaba. Leonella cumplió su sueño, tiñó su cabello de un turquesa que contrastaba con sus ojos, asistió a clases de guitarra y disfrutó al máximo todo lo que podía, por Curtis, para que fuera feliz.
Le prometió, la primera vez que fue a visitar su lápida, que nunca le dejaría de escribir, de contarle lo que sucedía y que si algún día moría, moriría de nuevo, cuantas veces fuera necesiaras, para reencontrarse con él en "otra vida".
Las lágrimas corrían una por otra consecutivamente, se maldijo por swr tan malditamente débil, no tenía a nadie, y eso no le permitía expresarse como lo hacía con Curtis, porque era lo que necesitaba, un pequeño apoyo, alguien que le dijera que todo estaba bien e hiciera teñir su cabello de color rojo fresa.
Pero no lo había. Kyu variadas veces le hacía sonreír, pero no era lo mismo que algún contacto humano o el calor que un cuerpo emanaba al abrarze, ahí fue cuando una imágen vino a su mente, Stanley y Antonella abrazándose, se les veía felices, tal y como ella lo había sido con su mejor amigo Curtis, cuando le dijo que le gustaban las chicas el la abrazó y se meció, susurrándole que no importaba cómo fuera o qué le gustaba, nadie la privaría de hacer lo que quisiera. Entonces se dijo a si misma, ¿quién soy yo para privar la felicidad que ellas comparten? Bien podía ser todo una farsa, pero la farsa le hacía feliz.
Tal y como con ella y Louise, se conocieron y Louise le odiaba, le aborrecía, pero por arte de magia se enamoró de la chica.
Las manecillas del reloj eran insignificantes cuando estaban juntas, haciéndose mimos y dándose pequeños besitos, el cariño y el calor que le brindaba Louise eran incomparables, algo inexplicable, hermoso.
Hasta que las separaron y su casi-madre le mandó al centro de rehabilitación, por un lado odió esa decisión, pero por otra no.
Conoció a Curtis, Louise murió.
En realidad, no sabía que le había parecido tal cosa, pero aprendió que no debía reperocharlo, no lo arreglaría.
Era su luz, la luna en su noche, tanto Curtis como Louise y Georgie también, todos la abandonaban, pero no por mal, si no por que así lo habían decidido, menos Curtis.
Cada uno se manifestaba en una pequeña estrella, cada una con un brillo excepcional, pero ella no lo sabía, ni lo suponía tampoco. El mundo colisionaba en su contra, haciéndole daño, y había cura, sólo que en su mundo era la Edad Media y no había ningún medicamento, debía avanzar hacia otro año en donde una epidemia le atrapara y no pudiera salir, necesitaba una cura, necesitaba a Leonella, a su máquina del tiempo para que le transportara al año en el que sí había cura, y esa cura era ella, Leonella.

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