Capítulo 22: Ser un monstruo.

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"Analiza la cuestión, ¿cómo pretendes que sea un ser agradable si soy un monstruo, o que sea generoso con los demás, si se muestran implacables conmigo? Si tú me arrojases a uno de esos barrancos helados, o me destrozaras con tus manos, ¿verdad que no lo considerarías un crimen? Y yo me pregunto, ¿por qué debo de respetar al que me desprecia? Haz que el hombre, en vez de odiarme, me acepte y me enseñe sus bondades, y serás testigo de todas las cosas buenas que soy capaz de hacer por vosotros".

Mary Shelly, Frankenstein.

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Cinco automóviles oscuros y de vidrios blindados se estacionaron de golpe en la entrada del instituto forense de Portland, de inmediato un gran grupo de hombres luciendo ropas de camuflaje más mascarillas negras en el rostro, avanzaron a amplios pasos en dirección a la puerta. El guardia nocturno se levantó de su lugar en cuánto los había visto, no obstante, la desgracia estaba echada en el momento mismo en que se había decidido su horario... uno de aquellos sicarios se le acercó en un veloz movimiento y, sin poder hacer nada contra eso, terminó cayendo al suelo tras escucharse un profundo crujido en su cuello. Eliminado el primer obstáculo, el grupo siguió avanzando, con ayuda de pinturas en spray bloquearon los lentes de las CCTV y siguieron en dirección en donde podrían encontrar al objetivo. Llegaron hasta la puerta, se inclinaron sobre ella y, tras hacerse un par de gestos, ingresaron... Ahí vieron a Jeremy de pie y mirándoles fijamente, tenía a Rose Carter sentada en una de las sillas y con un bisturí en la surda cerca de su yugular, mientras que con la diestra alzaba lentamente una piruleta pequeña de caramelo a su boca... Y para cuando Jeremy miró a su derecha, los hombres igual se voltearon, ahí una mujer de cabello negro extendió la diestra y sopló, una nube oscura se extendió hacia los rostros de aquel grupo de sicarios y de inmediato cayeron al suelo retorciéndose de dolor, en medio de alaridos y chillidos, de inmediato Jeremy dejó el bisturí y con Rose caminaron hacia la puerta en donde Juno ya les esperaba, al paso la detective miró a esos hombres en el suelo y tragó saliva... los rostros de aquellos estaban burbujeando... repletos de yagas y con carnes al descubierto debido al ácido de aquella dragona negra... Pero no teniendo tiempo para nada más, abandonó velozmente aquella sala de trabajo.

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Frank Huntington escuchó aquel informe y, suspirando, asintió, dejó el teléfono a un lado, boca abajo, y cerró los ojos por algunos segundos intentando poner en orden sus pensamientos, por supuesto no resultó... No había forma de que se tranquilizara, volviendo a abrir los párpados, se ladeó y abrió una de las gavetas de su escritorio, de ahí sacó una fotografía enmarcada... Estaba ahí con sus dos muchachos, su apuesto hijo y su bella hija... Suspirando una vez más, dejó la fotografía en el escritorio y volvió a alzar el teléfono buscando un número en el directorio...

—Lo perdimos... —dijo con la voz ahogada—. Lo siento, señor.

—"Eso he oído" —respondió al otro lado Sergei Vladimir—. "De todos modos continúe cooperando conmigo".

—Sí, señor...

—"De todos modos no puedes seguir siendo el comisario de una pequeña estación como esa. Seguramente te ascenderán a cambio de tu cooperación".

Secretos en Colina BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora