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Julieta sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando Leandro, de manera inesperada, tomó parte de su cabello con firmeza. Con un movimiento decidido, él tiró de ella, forzándola a acercarse, de modo que su espalda quedó presionada contra su pecho.

—¿Esto es lo que querías que hiciera? —preguntó él, su voz cargada de un tono desafiante—. Toda la noche calentándome, forra.

Julieta, atrapada entre la sorpresa y una mezcla de emociones, titubeó al responder. Su voz tembló ligeramente, pero fue honesta:

—S-si.

Y no mentía. Tras un breve instante de silencio, decidió que sería divertido provocar a Leandro, pero no con palabras o gestos que lo enfurecieran; quería calentarlo de otra manera. Con una sonrisa traviesa, se quitó uno de los zapatos y, con un movimiento audaz, colocó su pie sobre su entrepierna, masajeando suavemente.

—Hoy es tu día, entonces —respondió él, su tono desafiador evidenciando que ya había alcanzado su límite—. Me colmaste la paciencia, Julieta.

Sin previo aviso, Leandro soltó su cabello, inclinándola hacia la cama. La hizo recostarse, dejando su rostro contra el colchón, mientras él arremangaba su vestido, exponiendo su trasero. Con una acción rápida y contundente, le dio una nalgada, dejando la marca de su mano en la piel.

—Sos un hijo de puta —murmuró Julieta entre dientes, una sonrisa maliciosa surgiendo en su rostro. Una idea traviesa cruzó su mente, y sin pensarlo más, se pegó a él, golpeando con su trasero contra su entrepierna.

—Qué buen orto tenés, flaca —respondió Leandro, colocando sus manos en su cintura. Con un gesto provocador, hizo una falsa estocada, haciendo que Julieta emitiera un leve gemido al sentir su bulto presionando contra ella.

La atmósfera estaba cargada de una tensión palpable, y el momento llegó sin previo aviso. Ella no tuvo tiempo para reaccionar. Con un movimiento decidido, él corrió la tanga a un costado, dejando su zona íntima expuesta.

Sus dedos se deslizaron con suavidad entre los pliegues de su piel, explorando con un toque delicado pero firme. A medida que se adentraba, encontró su destino al llegar a su clítoris y comenzó a masajearlo con un ritmo que provocó un ligero estremecimiento en ella. Sus ojos se iluminaron al observar la respuesta que su caricia despertaba, un deleite que ambos compartían en ese instante.

Él se inclinó hacia ella, dejando varios besos suaves en su hombro, una caricia que desprendía intimidad. Con la mano que le quedaba libre, comenzó a deslizar una de las tiras del vestido hacia abajo, dejando al descubierto su piel. En el instante en que sus miradas se encontraron, una chispa de complicidad recorrió el aire. Entonces, con un movimiento decidido, introdujo uno de sus dedos en su interior.

La sonrisa que apareció en su rostro fue de pura satisfacción al notar la expresión que ella adoptó, un reflejo de sorpresa y deseo. No tardó en agregar un segundo dedo, comenzando un movimiento rítmico de adentro hacia afuera, que provocó un leve gemido de su parte.

—Mira qué linda que sos poniendo esa carita —susurró, acercando sus labios a los de ella con intensidad. Al separarse, la mordió suavemente en el labio, un gesto que desbordaba complicidad y deseo. Sacó los dedos de su interior, provocando una queja involuntaria de su parte.—Banca, que agarro un forro —dijo, mientras buscaba lo que necesitaba.

—Tomo pastillas, no te preocupes —respondió ella, con un tono que reflejaba confianza.


—Mira que linda que sos poniendo esa carita —pego sus labios a los de ella con fuerza, y al separarse le mordió el labio. Sacó los dedos de su interior, consiguiendo que se quejara- banca que agarro un forro.

redhead - leandro paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora