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Rodrigo había insistido en llevar a Julieta a la playa ese día, bajo la excusa de que necesitaba distraerse y no pensar en los dos hombres que tanto la perturbaban. Y como su mejor amigo, él se había propuesto mantenerla alejada de cualquier malestar.

El problema, sin embargo, apareció justo en cuanto llegaron a la playa. Ahí estaban ellos, los dos hombres que Julieta deseaba evitar a toda costa. Para colmo, según el plan trazado por Rodrigo, ella debía ignorarlos y fingir que no existían, una tarea que parecía más fácil en teoría que en la práctica.

—No te jode si me voy con los pibes un ratito, ¿no? —le preguntó Rodrigo, algo preocupado pero confiado en que ella estaría bien—. Igual se quedan Licha y Lean por acá. De última, jodélos a ellos.

—Tranqui, cuchurrumi, andá. No te preocupes por mí —respondió la colo, usando ese apodo cariñoso que había inventado para él, buscando tranquilizarlo.

Rodrigo sonrió con ternura al escucharla. Se inclinó hacia ella y le dejó un beso suave en la frente, un gesto que siempre hacía cuando quería asegurarle que todo estaría bien.

—Te quiero, coloradita —le dijo en tono afectuoso—. No quiero verte triste, ¿ok?

—Sí, sí. Dale, trolo. Andá con los pibes y dejame en paz.

Rodrigo le lanzó una última mirada antes de salir corriendo hacia donde estaban Messi y el resto de los chicos. En cuestión de segundos, ya estaban todos alejándose, perdiéndose entre la multitud de la playa, riendo y disfrutando como si no existiera una preocupación en el mundo.

Ahora Julieta se encontraba sola, observando cómo su amigo se marchaba, dejando tras de sí el eco de la complicidad que siempre compartían. Pero la realidad la golpeó de nuevo.

Joyita, ¿y ahora qué mierda hacía? pensó, mirando a su alrededor.

Apenas Rodrigo se alejó con los demás chicos, Lisandro aprovechó el momento para acercarse a Julieta. Sin darle tiempo a reaccionar, la tomó de la cintura con una energía juguetona y, antes de que ella pudiera protestar, la levantó y la cargó sobre su hombro. La pelirroja tuvo que ahogar un chillido de sorpresa mientras él corría hacia el mar con ella a cuestas, el calor de la arena cediendo paso al frío del agua.

Lo siguiente que sintió fue el golpe del mar cuando una ola la atrapó rápidamente, empapándola por completo. Entre risas, se acomodó como pudo y, sin perder su sentido del humor mordaz, le lanzó una queja.

—Dios, casi me dejás en tetas, hijo de puta —espetó, mientras le daba un golpe en la espalda a modo de reprimenda.

Lisandro rió con su habitual picardía y no perdió la oportunidad de devolverle el comentario.

—Me iba a poner celoso si alguien más te veía las tetas.

Julieta no pudo evitar voltear los ojos con fastidio, sabiendo que esa respuesta era muy propia de él. Intentó ignorarlo, girando la cabeza para mirar hacia otro lado, pero Lisandro no se dio por vencido. Colocó sus manos en la cintura de ella, acercándola más, decidido a lograr lo que había insinuado. Con un gesto firme, le giró la cara hacia él, claramente buscando besarla.

—Estás re loco, Rodri está por acá —le advirtió, pero no pudo evitar sonreír mientras se mordía el labio, tratando de mantener el control de la situación.

—No le temo a nada, coloradita —respondió el jugador con esa seguridad que siempre lo caracterizaba.

De repente, un grito interrumpió el momento.

—¡Cuidado que pasó! —gritó Leandro mientras corría al lado de ellos, haciendo todo el ruido posible y, de paso, mojándolos a propósito con una risa provocadora.

redhead - leandro paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora