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Julieta se encontraba en un estado avanzado de embriaguez. En un momento de soledad y desesperación, había abierto la botella de vino en el ascensor, buscando consuelo en el líquido. Al llegar frente a la puerta de su habitación, se dio cuenta de lo afectada que estaba por la situación. La alegría de la espera se había transformado en una sensación abrumadora de decepción y soledad.

La simple tarea de sacar la tarjeta de la cartera se convirtió en un desafío monumental. La joven intentó varias veces, pero sus manos temblorosas no parecían colaborar. Tras un nuevo intento fallido, un sollozo escapó de sus labios, y la frustración la envolvió como un manto pesado.

—La concha de tu madre —exclamó con rabia, dándose por vencida después de escuchar el sonido de "error" que provenía del pad de la puerta.

Apoyó la frente contra la puerta, sintiendo el frío de la superficie contra su piel ardiente. Se mordió el labio, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con escapar. Leandro la había dejado plantada, y ahora, aquí estaba, llorando frente a la entrada, con la comida en una cajita y la botella de vino abierta a su lado, como un recordatorio de la noche que había imaginado.

Se sentía patética. Esa sensación de vulnerabilidad la abrumaba, y no podía evitar pensar en lo ridículo que era encontrarse en esa situación, llorando y sola, mientras las risas de las parejas que pasaban resonaban en el pasillo. Su mente estaba llena de pensamientos contradictorios: ¿por qué había creído que esta vez sería diferente?

Mientras intentaba recomponerse, un escalofrío la recorrió, y un suspiro de impotencia escapó de sus labios. La combinación de la decepción y el vino la hacían sentir aún más perdida. 

—¿Juli? ¿Qué pasó, corazón? —preguntó Rodrigo, notando la angustia en su expresión. Sin embargo, ella negó con la cabeza, sin querer hablar ni mirarlo. —Julieta, me estás preocupando —continuó él, su tono lleno de preocupación genuina.

Finalmente, la joven soltó un suspiro pesado, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental.

—Me dejó plantada —murmuró, sintiendo cómo su corazón se rompía al pronunciarlo en voz alta.

—¿Qué? —replicó Rodrigo, casi incapaz de creer lo que estaba escuchando.

En un impulso, se giró para mirarlo a los ojos. En ese instante, él extendió los brazos en su dirección, y sin dudarlo, la atrapó en un abrazo cálido. Julieta se sintió un poco más segura al refugiarse en su pecho, y sintió cómo él empezaba a acariciar su cabello, intentando consolarla.

—Leandro me dejó plantada —sollozó, dejando que las lágrimas fluyeran libremente mientras se hundía en la calidez de su amigo.

El silencio se instaló entre Julieta y Rodrigo, creando una burbuja de intimidad en medio de su angustia. La pelirroja, impulsada por la rabia, había desahogado su dolor sin pensar en las implicaciones de sus palabras.

—Lo voy a matar. Lo voy a cagar a trompadas —exclamó, la determinación en su voz no dejaba lugar a dudas. Con un gesto cariñoso, Rodrigo pasó el pulgar por debajo de sus ojos, limpiando el rímel corrido que había manchado su rostro. —Hijo de mil puta —murmuró, mientras su frustración continuaba acumulándose.

—Quédate conmigo hoy, porfa. Siento que me falta vida —solicitó ella, y él asintió con la cabeza. Con un gesto rápido, Rodrigo tomó la tarjeta que Julieta sostenía en la mano, logrando abrir la puerta finalmente. —Gracias —respondió ella, sintiendo una ligera sensación de alivio.

Una vez dentro, dejó las cosas sobre un mueble cercano. Se quitó los tacos con un movimiento brusco, lanzándolos lejos de ella, como si quisiese deshacerse de todo lo que le recordaba la noche frustrante que había tenido. Con un suspiro, tomó su celular de la cartera y lo encendió después de tenerlo apagado un buen rato. Miró la pantalla, pero su corazón se hundió un poco más al notar que no tenía ninguna notificación de mensaje de parte de Leandro.

redhead - leandro paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora