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¿Cómo podría ignorar a esos dos hombres que no solo compartían el mismo hotel, sino que también frecuentaban los mismos lugares que ella? La situación le resultaba agobiante, pero se preguntaba si realmente era imposible mantener la distancia. ¿Sería tan complicado como parecía? Quizás no, aunque ciertamente no sería fácil.

Optar por la indiferencia también significaba alejarse de Rodrigo, ya que ellos siempre estaban alrededor. Y en el caso de que ella no estuviera con él, su amigo inevitablemente los llamaría, lo que complicaba aún más las cosas.

Decidida a evadir el malestar, Julieta eligió ropa que le permitiera sentirse cómoda, oculta, casi invisible. Se puso un buzo holgado y unos pantalones igualmente sueltos. No deseaba llamar la atención ni que la reconocieran fácilmente, así que también se cubrió con la capucha del buzo. Sin embargo, a pesar de su desánimo, el impulso de comer algo dulce y salado se intensificaba. Solía buscar ese tipo de alimentos cuando la tristeza la invadía, y sabía que, en ese momento, necesitaba algo para calmarse.

Abandonó su habitación con cautela, intentando ser lo más sigilosa posible. Cada paso la llevaba a recorrer el pasillo con atención, casi como si estuviera en una misión. Miraba cuidadosamente en cada esquina antes de cruzar, queriendo asegurarse de que no había nadie conocido a la vista.

Mientras esperaba el ascensor, un último detalle le permitió sentirse más protegida de las miradas ajenas: se puso unos anteojos de sol, sumando otra capa de anonimato a su atuendo. Era evidente que lo único que deseaba en ese momento era pasar desapercibida, hundida en su capucha y tras sus lentes, buscando unos minutos de tranquilidad y escape.

—¡Hija de mil puta! —soltó Julieta, sobresaltada al ver a Carolina dentro del ascensor. No la había notado porque su amiga estaba de espaldas cuando entró, totalmente distraída.

—¿Qué hacés con eso puesto, ridícula? —Carolina giró hacia ella con una expresión de asombro—. Hace como 30 grados de calor.

—Me estoy escondiendo, ahora dejame pasar —murmuró mientras la empujaba suavemente para poder entrar.

—¿De quién te estás escondiendo? —insistió la rubia, levantando una ceja con curiosidad.

—No importa. Vos seguí en la tuya, hacé como que no me conocés —contestó Julieta, tratando de poner fin a la conversación lo antes posible.

Carolina soltó una carcajada mientras le daba la espalda, respetando su deseo de pasar desapercibida. Mientras tanto, Julieta sacó su celular y abrió la cámara para ver su reflejo. A pesar de todo, un mechón de su pelirrojo cabello seguía sobresaliendo de la capucha, así que se lo acomodó con rapidez, justo antes de que las puertas del ascensor se abrieran, llevándolas al piso principal.

—No sé de quién te estarás escondiendo —dijo Carolina en tono burlón mientras avanzaban—, pero te aviso que si vas ahora al buffet, van a estar todos.

—Me cago de hambre, Caro. Si no como algo ahora, probablemente mate a alguien —admitió Julieta, entre irritada y hambrienta.

—Sí, te conozco muy bien —respondió la rubia, poniendo pico de pato en señal de estar pensando—. Andá igual, si no se te ve mucho, capaz ni te reconozcan.

Carolina empezó a caminar, y Julieta la siguió a una distancia prudente, queriendo evitar cualquier interacción incómoda. Notaba las miradas de algunos huéspedes que no podían evitar fijarse en su extraña elección de vestuario. No era para menos; con ropa de invierno en pleno verano y en una playa turística, llamaba la atención.

—Ya vi a los chicos —le susurró, cuando se detuvo junto a ella—. Vos seguí, ninguno se dio cuenta de tu presencia.

—Gracias Caro, te amo.

redhead - leandro paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora