Elizabeth

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La cafeteria tenia una pinta horrible: vidrios algo empañosos, los asientos un tanto incomodos, los colores oscuros y gastados por el tiempo, lo único rescatable era la comida y el ambiente relajado.

—Bien, y dime, ¿Cómo estas?— preguntó recargandose en su asiento.
—¿Es en serio? Es la forma más fea de comenzar una conversación. Mejor dime, ¿que hacías ahí cuando me encontraste?— y de verdad deseo saberlo, es demasiada buena suerte que él apareciera en ese preciso instante.

—Deseabá invitarte a desayunar y me dirigía hasta tu puerta cuando te ví— al menos no me mintio, le daría un beso si no lo odiara.

—Gracias por ser sincero conmigo— lo mire con una pequeña sonrisa que él me devolvio.

Lo mire por un rato más percatandome de algo:

—¿Por qué negro?— apreté los labios aguantando la sonrisa de burla que se comenzaba a formar en mi rostro. Él me miró sin enter hasta que sus ojos se agrandaron.

—Bueno, digamos que necesitaba un nuevo cambio, ¿no te gusta?— preguntó de manera coqueta.

—Sigues siendo todo un seductor— le regale una sonrisa de lado. En eso una joven camarera dejó nuestros pedidos.

—Si, bueno, hay cosas que nunca cambian— sacó de su bolsillo una cajetilla de cigarros. —Sabes, creí que después de 5 años las cosas si cambiarían pero me sigo sintiendo un tonto inmaduro cada vez que estoy contigo— lo mire desde mi asiento.

—No sé de qué hablas. Desde que te conozco siempre has sido el más fuerte de los dos— incline un poco mi cabeza. —Bueno en los negocios, con los números, con el manejo de empresas y en hacer tratos. No tienes mucho de que quejarte— tome un trago de mi café. El mientras tanto seguía fumando recargando su cabeza en su mano, mirandome embelesado.

—Eso es solo una fachada y lo sabes. El infundir miedo para que te respeten. Yo prefiero ser más como tú, un ser libre, rebelde, relajado y muy risueño, me lamento mucho el no haber hecho algo para evitarte esa pena de 5 largos años— giré mi rostro a la venta que tenía a mi lado, aún me molestaba hablar de eso.

—Thomas, no quiero tocar ese tema de de nuevo— lo miré —Por favor. — supliqué.

—Mi intención no es incomodarte o molestarte es solo que es una herida que nunca sanara— llevo el cigarro a sus labios —quiero contarte lo que paso después de aquella noche que nos vimos por última vez— lo mire sabiendo lo que se avecinaba. Se acomodó en su asiento y prosiguió.

—Los días pasaban y yo me volvía más estúpido. Tenía una cara de idiota enamorado que no podía con ella. Todos en la casa lucían felices por mi, mi madre emocionada por que por fin tendría la nuera que siempre deseo, mis amigos felices porque por fin lo había logrado y mi padre maravillado por que la familia crecía y de todos ellos a la única que no le interesaba nada de lo que ocurría a su alrededor era a ella. Yo estaba en mi ensoñación que no veía lo poco que le importaba— dejo caer un poco de ceniza —el día de la boda llegó con rapidez. Todos estamos emocionados por tal festejo. El lugar elegido fue la iglesia que está al sur de la ciudad, la principal, y yo estaba ahí. Lucía un traje negro y mi padre se encontraba a mi lado dándome su apoyo mientras esperaba por ella. Los minutos pasaban y ella no llegaba.

—Es normal, hijo. Las mujeres siempre llegan tarde a todos lados, incluso a sus bodas.—

Recordé las palabras de mi padre. Reí por aquella broma pero eso no calmo mis nervios. De pronto ahí venía. La limusina venia a prisa y supe que algo no andaba bien. Héctor bajo del coche y con un paso lento y la mirada baja me entrego un papel. Evitaba mirarme, como si yo fuera a desquitar mi ira con él. Tomé el papel entre mis mano y ahí supe mi triste realidad. Se había marchado— yo escuchaba atententa todo lo que me contaba mientras bebía mi café, no sabía que responder.

—La carta mencionaba que ella no podía estar con alguien a quien no ama, que sería mejor partir ahora antes de hacerme infeliz y que me desea mucha suerte— suspiró —y aquí estoy. Siendo la burla de muchos hasta el día de hoy. Creo que mi popularidad creció pero algunas personas me perdieron el respeto.— río sin mostrar ninguna pizca de gracia. Yo aún no estaba segura de que decir y creo que se dio cuenta al seguir con sus palabras.

—Esta bien. Tú seras la única que puede mirarme con pena, lastima o burla, como tu quieras.
—No es burla ni tampoco lastima es solo que... es triste— pensé un momento antes de seguir. —Nadie merece ser el hazme reír de los demás.
—Creo que algunos ya lo olvidaron— me sonrió —¿Supiste lo de mi padre?— pregunto mirándome a la cara, asentí a la vez que susurraba un si.

—Bien. Después de la muerte de mi padre mi madre volvió a su ciudad natal y desde ese día no ha vuelto, tampoco creo que quiera regresar. A veces llama para decir que está bien y eso es todo— apagó la colilla de su cigarro. —Es muy divertido ver como esta ciudad en algunos momentos tiene mucho movimiento y después nada. — se recargo de brazos cruzados en la mesa.

—Si, Lisa ya me ha contado todo. La visité al siguiente día de ver a ya sabes quien—me recargue también en la mesa para estar más cerca de él. —¿Quién conoce mejor a esta ciudad que ella?

Thomas con su dedo índice tocó de forma graciosa mi nariz.

—Esa fue la segunda vez que escapaste— comencé a reír por las cosquillas que me hacía, él me siguió con una sonrisa —Eres muy escurridiza—

—Ya detente— entre risas sostuve su mano. —Creó que ya llego la hora de que me vaya.— Thomas giró la cabeza con una pizca de molestia.

—No puedo creer que sigas con eso.— me regresó la mirada —¿Por qué no aceptas mi propuesta? Quédate conmigo, en la mansión hay muchas habitaciones libres, elige la que tu. quieras.

—Bien, en ese caso quiero tu habitación— demande con voz firme. Thomas me miró sorprendido y después levantó su ceja.
—Bueno... es... si eso quieres. Pero debo decirte antes que yo estoy incluido.— volví a reír inclinándome y dejando un suave beso en su mejilla derecha.

—Era una broma Thomas.— Tomé su cara entre mis manos. —Agradezco tu oferta otra vez, pero mi respuesta sigue siendo un no.— Acaricié su cabello negro sintiéndo un poco de tristeza por él. Después de todo, solo era un hombre enamorado y eso nos puede volver idiotas en ocasiones.

Él cerró los ojos y recargo su cabeza en mis manos, lucia tan indefenso desde ese ángulo.

—Lo intente de una manera sutil pero simplemente tu pareces no darte cuenta de lo mucho que te extrañe. No quiero separarme de ti otra vez— se separó un poco de mi —llévame contigo, iré a donde tu vayas— me miro con cara de cachorro regañado yo reí por ese gesto.

—¡Por favor!— hizo un pequeño puchero y fue todo, solté una carcajada.

—¡Quieta esa cara, embustero!— reímos ambos. Suspire antes de echarme la soga al cuello —Esta bien, tú ganas. Puedes venir conmigo— y con esto último dio una sonrisa de satisfacción.

𝕽𝖔𝖒𝖆𝖓𝖙𝖎𝖖𝖚𝖊. ᴿᵉˡᵃᵗᵒˢ ʸ ᵒᵗʳᵃˢ ᶜᵒˢᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora