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(Ésta historia es una adaptación, todos los créditos a Lily Perozo)

[***]

》Kim Hyun-bin.《

》Presidente Ejecutivo《

Leyó por enésima vez la elegante placa dorada adherida al extremo superior de la maciza puerta de madera oscura. Estaba de pie frente al escritorio de su secretaria apreciando con orgullo cómo el trabajo de toda su vida cobraba significado en aquel inerme rectángulo de metal. Las letras con su nombre y su cargo en Elitte habían sido grabadas con tal magistralidad, que para él representaban una obra de arte en sí mismas, había pasado por tanto, y había hecho demasiado para llegar justo al lugar donde se encontraba. Bajo su mando, uno de los más grandes imperios de la publicidad en todo el continente.

Se dijo una vez más mientras ignoraba el parloteo lastimero de su secretaria, que todo había valido la pena, y su fin había justificado por completo sus medios.

-Suni, antes de llenarme de trabajo me traes un café, porfavor.- Le pidió sin ceremonias a la muchacha.

-Enseguida señor.- Respondió ella diligente.-¿Desea algo más?-

Hyun-bin no se dignó en responderle, ni siquiera la miró, sencillamente pasó de largo y entró en su oficina directo a acomodarse en la enorme silla de cuero tras su impresionante escritorio. Unos instantes después, Suni estaba de vuelta con el café.

-¿Quién ha dejado esto en mi mesa?- Preguntó Hyun-bin frunciendo la nariz y crispando el labio superior, en su habitual gesto de disgusto.-No tiene remitente.-

-No lo sé, señor... yo no lo he dejado ahí, pero es para usted.- Le hizo saber al ver la etiqueta que llevaba el nombre de su jefe.

-Bueno, ve por el café... Suni, trae uno para ti... o lo que quieras, mientras me informarás lo pautado para el día de hoy.- Obviando el comentario estúpido de su secretaria, lógicamente era para él. ¿Para quién carajos más podría ser?

La secretaria asintió en silencio y salió de la oficina. Hyun-bin con el ceño arrugado, una vez estuvo solo, rasgó el sobre y volteó el contenido sobre su escritorio; tres trozos blancos de papel brillante casi tan grandes como el sobre estaban esparcidos frente a él, tremendamente intrigado los amontonó y los giró en un solo movimiento.

Sus manos se quedaron congeladas, sus pupilas se dilataron y la garganta se le llenó al principio con repulsión y luego con terror. A todo color, entre cintas de acordonamiento y pequeñas plaquetas enumeradas, estaba tendido en un oscurecido suelo lleno de despojos, el cuerpo quemado de una niña entre los ocho y diez años de edad.

Inmerso en un pánico paralizante apartó la fotografía y sus ojos se detuvieron en la siguiente, esta vez era un acercamiento del abdomen de la pequeña, la carne expuesta iba del rojo intenso a negras secciones completamente carbonizadas, capas de lo que suponía que eran músculos y piel, se superponían unas a otras en una macabra sucesión de desgarramientos. Dejó caer sobre la mesa las fotografías, las nauseas habían espesado su saliva y el dolor se propagó por su cuerpo y su mente.

Su mano izquierda voló desesperada hasta estrellarse contra su boca, sus dedos se clavaron en la piel de sus mejillas, y la alianza en su dedo anular se apretó contra sus labios haciéndoles daño. Sus ojos abstraídos miraban sin parar un primer plano del rostro calcinado de la niña. La fotografía exponía con escalofriante detalle las pestañas chamuscadas, los labios rasgados, y el hueso malar expuesto sin piel ni músculo que lo cubriera, una macabra blancura en medio del rostro ennegrecido.

En el extremo inferior de la última fotografía, rotulaba la letra recortada de un periódico; K. Un bramido ahogado le lastimó el pecho, contrayéndolo y expaniéndolo tan rápido, que estuvo seguro que le dolía el corazón mismo. Pesadas lágrimas rodaron por su rostro, mojando su mano y nublando su visión, su cuerpo estaba entumecido y la culpa se había apoderado de él. Recuerdos y recuerdos invadieron su mente, pasando velozmente uno tras otro. ¿Qué clase de retorcido malnacido le había enviado aquello?, ¿cómo alguien podría saberlo?

Respiró hondo secando sus lágrimas y con las fotografías en sus manos, caminó automáticamente hasta la máquina trituradora. Uno tras otro salieron los grupos de tiras, ahora las impactantes imágenes no eran más que un horripilante rompecabezas, tomó los papeles y los lanzó sobre la rejilla de la chimenea moderna, presionó el botón para encenderlo, y siguiendo el leve olor a gas, una rápida chispa activó el fuego, dejando ver que las tiras se convertían en cenizas.

Retiró su mirada del fuego para desaparecer esos pensamientos, pero sus demonios se intensificaron al ver el marco sobre la chimenea un enorme cuadro dónde se mostraba él, a Ha Seul y a Dahyun, los tres vestidos completamente de blanco, cada uno luchando por mostrar la más artificial de las sonrisas.

Al no atreverse a estrellar sus puños en aquel cuadro, rugió enfurecido y empezó a gritar tan fuerte que Suni no tardó en llegar a su oficina con una bandeja en mano, la colocó en su escritorio percatándose del estado alterado de su jefe.

-¡¿Quién mierda dejó esta basura en mi oficina?!- Preguntó en un grito.-¡¿Quién carajos ha entrado en mi oficina?!- Antes de que la secretaria empezara a balbucear su respuesta para tratar de tranquilizar los ánimos extrañamente alterados de su jefe, este la interrumpió.-Deja el café ahí, sal y cierra la puerta, quiero estar sólo de momento. Te llamaré para revisar la agenda, retírate.- Ordenó. La mujer asintió en silencio y se retiro.

Hyun-bin se quedó plasmado, con los brazos colgando en sus costados y la mirada perdida en su puerta. Nada lo había preparado para ello, de ninguna manera habría podido advertir algo como aquello, y no tenía idea cómo enfrentarlo.

[***]

Dulces mentiras, amargas verdades. [Michaeng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora