Jisoo
Camino hacia la comisaría con el corazón en un puño y los nervios a flor de piel. Es mi primer día como policía, jamás pensé que lo lograría, pero aquí estoy. No puedo decir que sea la primera de mi promoción ni la segunda, pero, aunque sea un poco tarde, a mis treinta y dos años lo he logrado con mucho esfuerzo y pienso entregarme en cuerpo y alma.
Cruzo la calle, el día ha amanecido gris y las primeras gotas de una lluvia que amenaza con quedarse todo el día empiezan a caer. Como siempre, no he cogido el paraguas. Llego al otro lado de la calle, cinco minutos más y cruzaré esa puerta que tanto tiempo llevo ansiando, y entonces lo veo, frente a mí, caminando a paso rápido unos metros por delante, vestido con un chándal tan gris como el día y la capucha puesta.
Nada anormal, un chico como cualquier otro, solo que este, da un fuerte tirón al bolso de una señora cuando pasa por su lado y se lo arranca del brazo. La señora cae al suelo de forma estrepitosa a la misma vez que el joven echa a correr.
No dudo ni un instante, y como movida por un resorte salgo corriendo detrás de él.
Mientras intento que mis pulmones no estallen por el esfuerzo me pregunto qué cojones estoy haciendo. Debería haberme parado a socorrer a la señora y dejarme de gilipolleces de heroína, nadie me ha pedido nada, hasta dentro de quince minutos no estaré oficialmente de servicio ni tendré que presentarme ante la que será mi superior, la inspectora Lee. No puedo haber tenido más suerte, novata y me destinan directamente al grupo de homicidios, eso sí, solo a ayudar a los inspectores en lo que me pidan.
Sigo corriendo como no recuerdo haberlo hecho nunca, el chico es ágil y rápido como una gacela. Sortea coches como si llevase haciéndolo toda la vida mientras que yo ya he tropezado dos veces, he resbalado tres y me he rasgado la chaqueta en una esquina.
—¡Policía! ¡Párate, cabrón! —grito más por rabia que por la esperanza de que lo haga.
Sé que el chico no se detendrá. Tuerce en una esquina, él es rápido, pero yo soy terca como una mula y a pesar de sentirme a punto de desfallecer, sigo corriendo con todas mis fuerzas. El muchacho mira hacia atrás cada vez más a menudo y vuelve a torcer por otra calle, de repente dejamos atrás las avenidas más transitadas para llegar a una calle de esas llenas de adosados para familias felices con un monovolumen, dos hijos y un perro.
Hay menos coches aparcados y eso me da cierta ventaja, porque corriendo en línea recta empiezo a ser más rápida que él, cosa sorprendente porque el deporte y yo jamás nos hemos llevado bien, de ahí que haya tardado tanto en conseguir entrar en el cuerpo, suspendí tres veces las pruebas físicas.
La distancia se va acortando, el chico vuelve a mirar hacia atrás y yo intento retener en mi retina alguno de sus rasgos por si el cabrón se me escapa.
Todos los agresores en general me parecen escoria, pero los que agreden y se aprovechan de personas vulnerables e indefensas como esa pobre señora, más.Ya hemos pasado otras dos calles y empiezo a flaquear, siento los pulmones a punto de estallarme dentro del pecho y los gemelos tan tensos que en cualquier momento sentiré un calambrazo de esos que me harán trastabillar y pegarme la hostia de mi vida. Mi carrera por media ciudad habrá sido en vano.
La poca gente que pasa por la calle ataviada con sus paraguas nos observa sin comprender nada, podría gritar a los que están más adelante para que me ayuden a detenerlo pero eso sería ponerlos en peligro de forma absurda y mi sentido de la moral no me lo permite. Vuelve a girar.
—Mierda—jadeo sin aliento.
El chico, buscando un modo de deshacerse de mí, de repente trepa con dos saltos que me dejan asombrada y se sube al muro que separa las casas de la calle. Empieza a correr sobre ese muro que según calculo apenas tendrá un palmo de ancho, y sé que, si no subo, en cualquier momento podría saltar al interior de alguna casa y hacer daño a alguien con tal de escapar. Así que, ruedo los ojos negando y decido que también he de subir. Obviamente, no lo hago en dos saltos como él, yo tengo que encaramarme como un chimpancé, dejarme la piel de las palmas de las manos y la rodilla izquierda y empezar a hacer equilibrios para correr sin caerme hacia un lado o el otro.
Empieza a llover, hemos pasado cuatro casas y si echo la vista al frente la hilera se me antoja interminable.
De repente, el muchacho se detiene en seco y se gira, a mí ese acto me coge desprevenida, no me lo esperaba y mucho menos lo que el chico hace a continuación. Desesperado por dejarme atrás, decide deshacerse del bolso y salir corriendo, pero se deshace de él lanzándomelo a mí. El jodido bolso me impacta en el pecho con un golpe seco y lo agarro con ambas manos justo en el momento en el que mi pie derecho se resbala hacia un lado, el izquierdo lo hace hacia el otro y mi cuerpo desciende de repente quedando el muro entre mis piernas.
En décimas de segundo, noto como la cara interna de mis muslos se desgarra con el roce del hormigón y el escozor que me produce me parece insoportable, pero no es nada comparado con el dolor que siento cuando mi entrepierna golpea de forma seca contra la parte superior del muro.
Ni siquiera soy capaz de soltar un grito de dolor porque la respiración se me corta y me mareo, lo que provoca que mi cuerpo se ladee hacia el interior del muro y caiga desgarrándome todavía más la cara interna de mi pierna izquierda.
Si todo eso me parece fruto de la mala suerte, lo que sucede después me parece el colmo; porque antes de tocar el suelo, noto como algo afilado me desgarra la piel del costado, del torso, los brazos y la cara. No comprendo lo que pasa hasta que ya estoy en el suelo y abro los ojos. A las buenas personas que viven en esta casa se les ha ocurrido decorar su jardín con unos enormes rosales que tiene ramas como dedos de gordas y espinas como uñas. Al menos huele bien, pienso mientras vuelvo a marearme.
—¡Levanta las manos y sal de ahí! —escucho gritar a alguien.
Todavía jadeando por el esfuerzo de la carrera y sintiendo un dolor punzante en varias zonas de mi cuerpo, intento buscar la procedencia de la voz.
—¿Estás sorda? —me pregunta lo que ahora me parece la voz de una mujer.
Giro lentamente la cabeza a mi derecha y entonces la veo a través de las ramas del rosal, al otro lado, está de pie, con un pijama del Monstruo de las galletas, el pelo rubio suelto y revuelto,
mojándose cada vez más bajo la lluvia.La visión me parece una auténtica maravilla, y estaría dispuesta a decir que el súper tortazo que me he dado ha merecido la pena por verla si no fuese porque la mujer me está apuntando con un arma.
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𝐅𝐋𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐘 𝐌𝐄𝐍𝐓𝐈𝐑𝐀𝐒 [chaesoo]
FanfictionEn su primer día de trabajo como policía Jisoo se tropieza con un ladrón de poca monta al que persigue en una carrera agónica por toda la ciudad, pero el chico logra escapar después de provocar que la agente acabe cayendo sobre los rosales de una de...