VII EL SECRETO

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VII

EL SECRETO

Son varias las religiones que prometen la vida después de la muerte. Los fieles confían en el paraíso prometido desde tiempos inmemoriales...y por eso sólo algunos entran. ¿Tienes idea de la cantidad de personas que mueren a diario? Por eso, cabe destacar que la muerte va mucho más allá de los obituarios de la prensa. No todas las almas son buenas. No todos entran al cielo y de seguro son muchos los que van al infierno, y entre cielo e infierno, está nuestra querida Tierra, como un plano intermedio.

¿Pero por qué nadie ha pensado, que algunos se quedan, sólo para atormentar porque sólo eso saben hacer?

Thomas conducía rumbo a la posada, acompañado por Diana Rosas, en su intento de ayudar a la joven con un misterio que ambos deben resolver por su propio bien.

- Estoy conduciendo con alguien que dice conocer gran parte de mi vida, y ya no me acuerdo de su nombre, ¡qué ironía!

- Me llamo Diana Rosas.

- ¿Qué fue lo que le quitaron?

- Pues, casi todo. Cámara, ropa, zapatos, mis discos, dinero... no me llevaron a mí porque no iba en la maleta. Sólo me quedó mi teléfono celular y este bolso que siempre tuve conmigo. El destino quiso que mi viaje no fuera en vano y que pueda mostrarle lo que traje.

- No lo vaya a sacar acá. Es peligroso.

Ambos llegan a la posada Cuatro Caminos, dónde bombos y platillos no es precisamente lo que les espera.

- Ahí viene ese infeliz... – dijo la sra. Eda al verlo bajar del auto.

- ¿Y aquí qué pasó? ¿Quién le dio permiso de sacar mis cosas?

- ¿Qué pasa? Pues que esta no es refugio de delincuentes como usted caballero, sus cosas ya están afuera porque usted hoy mismo, se marcha de aquí.

- Un momento, ¿y a usted que le dio?

Mientras Thomas discutía, Diana se bajó del auto para intervenir.

- ¡¡Si hasta un revólver tiene!! Además, dicen que esos que salen de la cárcel nunca se regeneran. Árbol que nace torcido...

- ¿¡Pero usted quién se cree que es!?

- Disculpe señora, ¿tiene algún problema con este señor? ¿Quién es usted para juzgar a una persona sin ni siquiera conocerla? -interrumpió Diana ante las acusaciones.

La discusión enfrente de la posada estaba al rojo vivo... de pronto Thomas vio al mismo espectro horrible que atormenta a la mujer, y escogió un mal momento, o muy bueno, para torturarla, moviendo varios objetos y cerrándole la entrada con un portazo.

- ¡Demonios, déjame en paz!

- No le prestes atención, mejor entremos.

Juntos entran en la habitación y se encierran con llave.

- Discúlpeme por ese malentendido.

- No se preocupe. Gracias por traerme a mi habitación, ¿y dónde está la suya?

- ¿qué? Pues es esta. Con el alboroto que acaba de hacer esa mujer, dudo que me quieran rentar un cuarto adicional.

- ¿No me diga que no hay un cuarto disponible en este antro?

El Revólver Fantasma ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora