05

998 62 10
                                    

N E Y M A R

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

N E Y M A R

La sensación de peligro invadió mi cuerpo, haciendo que me despertara súbitamente a mitad de la noche. Intenté respirar profundamente, inhalar y exhalar como mi antigua terapeuta me había enseñado, recordándome a mí mismo que lo que me afligía no era real, sino que estaba siendo preso de un miedo que no existía, que yo mismo me había inventado.

Me mantuve quieto, con la espalda pegada al colchón y la mirada fija en el techo, y comencé a contar despacito. El ataque solía durar unos pocos minutos, aunque para mí eran eternos. La opresión en el pecho iba disminuyendo poco a poco al igual que la taquicardia, aunque continuaba sudando y me sentía bastante mareado.

Estaba asustado... no, no, estaba aterrado. No importaba cuántas veces me pasara esto, cada vez se ponía peor, cada vez la sensación de que me iba a morir se acrecentaba. La pérdida del control se instalaba en mi pecho como si fuese un enemigo invisible que me recordaba que no me iba a abandonar nunca.

Cuando sentí que todo se iba poniendo en orden, estiré el brazo y tanteé la mesa de luz, buscando la veladora para poder iluminar la habitación. De pronto ya no estaba sumido en una oscuridad absurda, aunque la lámpara no iluminara del todo bien, me alcanzaba con que mis ojos pudiesen acostumbrarse a la poca luz que inundaba el lugar.

El reloj marcaba las cuatro de la mañana, no era una hora muy grata para estar despierto, pero aun así me quité las frazadas de arriba y me senté en la cama, con los pies cayendo hacia el suelo. Me llevé las manos al rostro, totalmente frustrado, sintiendo como las lágrimas amenazaban con volver a caer.

Estaba solo.

Como siempre.

Detestaba estar a manos de mi propia compañía, esa era la principal razón por la cual mi casa estaba siempre llena de gente. Necesitaba escuchar otras voces, otras risas, distraerme, sentirme querido. La mitad de las personas que vivían acá se esforzaban por cumplir mis caprichos, por hacerme feliz.

Yo no era feliz, de eso estaba seguro. Pero por lo menos lograba distraer a la tristeza durante el día. Durante la noche la historia era otra, cuando el sol comenzaba a caer, cuando mis amigos tenían otros planes, cuando me tocaba sentarme al lado del abandono, ahí el silencio se volvía ensordecedor. No había compañía que bastara, ni juegos en la computadora, ni versículos de la biblia que lograran calmarme. Ahí simplemente estaba yo, cara a cara con mis miedos, sin saber en dónde estaba la salida.

Tenía que volver a dormir, apoyar la cabeza sobre la almohada e intentar ahogar los pensamientos que daban vueltas como si fuesen una montaña rusa. Sin embargo, hice todo lo contrario. Me calcé las pantuflas y caminé hacia la puerta. El pasillo estaba a oscuras, así que hice mi mayor esfuerzo por no despertar a nadie. Si papá me descubría iba a estar en problemas, terminaríamos discutiendo y yo ya no podría volver a conciliar el sueño.

Bajé a la primera planta y fui hacia la cocina. Me serví un vaso de agua y tomé asiento en una de las banquetas que rodeaban la isla. Estaba mejor, pero no me gustaba quedarme a solas conmigo mismo, así que me apresuré en beberme el agua para poder volver a encerrarme en mi habitación. En cuestión de días ya no tendría la privacidad de mi dormitorio, Bruna se quedaría por tiempo indeterminado, intentando ver cómo resultaba la convivencia.

Prohibido | NEYMAR JRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora