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Por favor..., ¿alguien podía apagar el maldito despertador? Joder, mi cabeza. Parecía que tenía un par de tambores dentro. Cerré los ojos y me concentré en respirar hondo para levantarme con calma y darme una buena ducha. Intenté darme prisa, pero no llegué a tiempo y perdí el autobús, así que tuve que esperar diez minutos largos hasta que llegó el siguiente. Ya le había mandado un mensaje a Lea para que no se preocupara, no hacía falta que llegáramos tarde las dos. Además, a primera hora no coincidíamos en clase porque yo tenía Italiano y ella Francés.

Me retoqué el pintalabios rojo pasión, necesitaba un color que me reconfortara un poco. La resaca del gin-tonic no me sentaba bien y, aunque lo sabía, me había animado demasiado. Obviamente salimos de Colours bastante contentillas y cogimos un taxi ante la insistencia de Natalia. No nos despedimos de nadie porque entre tanta risa no nos acordamos ni de decir adiós.

Subí algo agobiada al siguiente autobús que pasó, porque a Italiano asistíamos solo unos cuarenta alumnos y encima era el primer día. Menuda mierda, iba a llegar tarde, fijo. Al adentrarme en el campus, vi a poca gente por ahí porque la mayoría estaba en sus clases. Busqué el aula corriendo como una loca, tanto que tropecé al subir las escaleras y me di un buen golpe en la pierna.

—¡Dios!

Maldije en mi cabeza a todos mis espíritus.

—¿Estás bien?

Adrián me ayudó a levantarme.

—Joder, no lo sé...

Me dolía muchísimo y me subí un poco los vaqueros que, afortunadamente, eran elásticos, para mirarme la pierna.

—¿Puedes mover bien el pie?

—Creo que sí. —Moví los dedos de los pies y seguidamente giré el tobillo a uno y otro lado. Dejé de apoyarme en el hombro de Adrián para saber si podía mantener el equilibrio sin su ayuda. —Uf, ya está —le dije frunciendo el entrecejo.

La verdad es que me dolía y me saldría un buen cardenal, pero mientras solo fuera eso.

—Corrías demasiado. Te he visto pasar como una bala y he pensado: «Mira, si ha venido a visitarnos Supergirl».

Solté una buena risotada y Adrián recogió mis libros del suelo.

—Gracias, caballero. Has sido muy amable.

—Me debes una —me dijo alzando sus cejas.

—¡Uy, uy! Que sé por dónde vas...

Lea, estaba segura.

—Paso de hacer de celestina con ella, estás avisado —le dije con sinceridad.

Si quería algo con mi amiga, que se espabilara. Lea y yo no solíamos meternos en ese tipo de cosas. Cada una a lo suyo.

—Que no es eso, joder —comentó riendo.

Miré el reloj y vi que ya había pasado casi media hora de clase.

—¿A qué asignatura llegas tarde?

—A Italiano...

—¿Con Baggio?

—Sí, con el mismo. ¿Lo conoces?

—Todo el mundo lo conoce. Tiene una mala hostia que no puede con ella, así que ni se te ocurra entrar ahora en su clase, puede traumatizarte de por vida con uno de sus «mamma mia» seguido de otras cositas más fuertes.

—Pues gracias por avisar. ¿No tienes clase?

—Hoy empezamos una hora más tarde y he ido a la biblioteca a dejar unos libros. Iba al bar a tomar un café, ¿me acompañas?

Los secretos de AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora