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LEA


Joder, lo que escocía la jodida depilación láser. Acababa de salir de la cabina, donde Sofía, la encargada de la depilación, me había dejado sin un pelo.

—¿Qué tal, Lea?

Mi madre me sonrió enseñándome su perfecta dentadura.

—Pica un poco, pero bien. En las ingles ya no me sale casi nada.

—¿Lo ves, cariño? Si ya te decía yo que te la hicieras.

Mi madre estaba quitando el polvo de unas estanterías que había en la entrada. Aunque fuera la jefa, siempre arrimaba el hombro. Era una currante de mucho cuidado. Por eso su centro funcionaba tan bien; sus clientes estaban encantados con ella.

—¿Preparo algo de cena o pedimos una pizza? —le pregunté dándole un beso.

—Tu padre ya está en casa y me ha dicho que iba a preparar una de sus tortillas...

Mi madre y yo nos miramos y arrugamos la nariz a la vez. Nos reímos porque las tortillas de mi padre eran todo un experimento. Pero lo que cuenta es la intención, ¿no?

—¿Necesitas algo? —le pregunté antes de irme.

—¿Podrías pasar por la farmacia y coger un paquete de pañales para la abuela? Mañana voy a ir a su casa y se los llevaré.

Mi abuela vivía con una cuidadora que estaba con ella las veinticuatro horas del día porque, aunque su cabeza funcionaba mejor que la mía, físicamente no estaba muy bien.

—Ahora mismo —le dije a mi madre guiñándole un ojo.

Nos llevábamos muy bien, desde siempre, aunque eso no me libraba de alguna que otra bronca. Pero tanto ella como mi padre estaban pen- dientes de mí, me ofrecían todo lo que podían y se esforzaban para que tuviera un futuro mejor que el suyo. Solo habían tenido un hijo por ese mismo motivo: para no tener que repartir su economía entre dos o más pequeños. Y no me importaba ser hija única, porque tenía muchos primos y siempre había estado rodeada de otros niños de mi edad. Jamás me había faltado el cariño familiar. Por eso mismo no entendía cómo Alexia lo soportaba, porque yo en su lugar ya hubiera tirado a su madre por la ventana. Menuda hija de puta...

Entré en la farmacia de toda la vida, cogí de un estante los pañales que usaba mi abuela y saqué mi móvil al ver que había mucha gente esperando su turno.

—Una caja de preservativos...

—¿De seis?

—De doce, gracias.

Intenté ver quién era el dueño de esa voz... ¡Los cojones de san Be- nito! Solté una risilla que no pude evitar. Pero si era el chico que parloteaba con Alexia en Colours... ¿Nacho? Sí, Nachete, el que a todas horas la mete. Pasó por mi lado y le di un leve empujón.

—¿Eh? Perdona... —Se quedó un poco cortado y me aguanté la risa.

—Lea condón, quiero decir Lea Martos. ¿Nacho, verdad?

Me miró con los ojos bien abiertos y seguidamente sonrió con chulería.

—¿Nos conocemos, rubia?

—No, pero ya te gustaría —le dije con la misma chulería que él. Miró mis manos y sonrió.

—¿Vienes a por tus pañales? —preguntó bromeando al tiempo que señalaba mi mano.

—¡Oh! Nachete, qué mente tan ingeniosa la tuya. No sé si pedirte que hagamos una fiesta de condones o una guerra de globitos. Cuida- do que caducan.

Nacho rio con ganas y yo le dediqué una mueca.

—Lo tendré en cuenta, rubia. Cuídate —me dijo antes de irse.

Ciao...

Aún tenía que nacer el tío que me vacilara a mí. ¡Ja! Inmediatamente le mandé un mensaje a Alexia:

Tu nuevo amigo el rubiales acaba de comprar cien preservativos.

Cuidadito, novata.

Eran casi las nueve de la noche y supuse que Alexia estaría en la gran mansión de los Monster, conociendo a las gemelas aquellas y mastican- do solomillo de los Pirineos.

¿Hablas en chino? No sé de qué me hablas.

Me reí al leerla... ¿En chino? Ella sí que sabía hablar en chino. Toda- vía nos reíamos al recordar aquella broma...

Estábamos en El Rincón tomando una cerveza. Entraron dos chinos y se sentaron en una mesa a nuestro lado. Eran de nuestra edad, más o menos, iban vestidos muy modernos, con un pelazo a la moda y eran guapillos.

—Fíjate, si parece el modelo aquel de Instagram —le dije a Alexia echándoles un ojillo.

Ella los miró sonriendo y ellos nos saludaron con la cabeza.

—Es el modelo aquel —afirmó ella mirándome a mí.

—¡Qué dices!

Lo miré de nuevo porque no me lo creía. No podía ser.

—Están hablando de una sesión de fotos para mañana y su amigo lo ha llamado por su nombre de pila. Es él —dijo ella como si hablara del tiempo.

Sacó su pintalabios rojo y se repasó los labios sin mirarse en ningún espejo.

—¡Joder! ¿Estás segura? Yo quiero un autógrafo.

—¿Qué dices, flipada? Vas a parecer una niña de esas que van tras ellos como locas.

—¿Y qué te crees que soy? ¿Una adulta con sentido común?

Nos reímos las dos con ganas y aquel par nos miraron sonriendo.

¡Ay, que me iba a dar algo!

—Dile al Chunli que sabemos quién es, que me firme una teta o ahora mismo se lo cascamos a todas las jodidas adolescentes que hay en el bar —le dije cuando dejé de reír.

Era domingo por la tarde y el bar estaba hasta los topes, como si todos quisiéramos apurar el fin de semana hasta el último momento.

—¿Lo dices en serio?

—Joder, claro.

Alexia puso los ojos en blanco, pero seguidamente se dirigió a ellos y les habló en chino. Yo, claro está, no pillé nada, pero entre ellos pare- cían entenderse porque charlaron durante un par de minutos hasta que se sentaron a nuestra mesa.

—Conseguido —dijo Alexia sonriéndome. El modelazo se sentó a mi lado y yo le sonreí.

—Sí, quiero —me dijo de repente en un español bastante extraño.

Jolines, qué guapo era el tío..., pero quizá lo de la teta era demasiado descarado.

—¿Cuándo? —preguntó él.

—¿Cuándo qué? —repliqué sin entenderlo.

—Tú y yo casarnos —dijo él, aunque sonó como «casalnos». Di un pequeño bote en la silla y lo miré alucinada.

—No, yo autógrafo en teta —le dije con rapidez.

—Casarnos mañana —replicó sonriendo.

¡La madre que parió al Chun-li!

—A ver, tú firmar. —Le hice el gesto de escribir con la mano, pero él solo me miraba sonriendo.

—Preciosa boda —dijo «pleciosa», claro, y yo alucinaba.

—Tía, creo que no te ha entendido. ¿Seguro que sabes chino? —me dirigí a mi amiga del alma.

Alexia se estaba aguantando la risa y cuando vi su expresión supe que me había tomado el pelo. ¡Joder! Me puse a reír también y aquellos dos chicos se unieron a nuestras risas. Hablaban un español perfecto, los muy mamones. Entre los tres me habían tomado el pelo, pero pasamos una tarde genial con ellos.

Sonreí al recordarlo. Adoraba a Alexia; esa chica era como una hermana para mí.

Los secretos de AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora