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—¿No estás ansiosa por que llegue mañana?

Miré a Lea con cara de aburrida. ¿Ansiosa? ¿Acaso la universidad iba a suponer un gran cambio en mi vida? Profesores, exámenes y más alumnos agilipollados por las hormonas. ¿Algo nuevo?

—Estoy tan ansiosa que no sé si pintarme los labios de rojo o de rosa —respondí observando a Adam, el camarero del bar El Rincón, donde solíamos ir porque nos pillaba cerca de casa.

—Cojones, Alexia, estás de un humor de bulldog.

—Querrás decir de perros.

Lea, mi mejor amiga, solía usar dichos, pero los modificaba siempre a su bola. Era alocada, risueña, divertida. Y guapa: pelo rubio, corto y con un flequillo más largo hacia un lado. Sus labios siempre rojos reclamaban ser besados y su cuerpo voluptuoso pedía a gritos un poco de guerra. Era un par de centímetros más alta que yo, metro sesenta y siete, y vestía siempre a la última.

—Es que tú tienes en la cabeza las pelis esas americanas —le dije cogiendo el botellín de cerveza—. El baile de fin de curso, el alumno guapo que te persigue por los pasillos y las tontas aquellas con eso en las manos...

—Los pompones de las animadoras —especificó riendo—. Y estoy segura de que habrá material nuevo.

Alzó sus cejas y sacó la lengua en plan viciosa. La miré negando con la cabeza.

—Si vas con esa mala leche los vas a espantar —añadió.

—Me la suda, Lea. No tengo ninguna intención de ligar en la universidad.

—Pues yo no tengo otra cosa en mente —dijo mirando hacia el techo—. Ayer conocí a un tío por el chat que me tiró los trastos a los cinco segundos y no veas qué morbazo.

—No sé cómo te fías de esos chats...

Bueno, yo tampoco era manca en ese tema, aunque lo mío era distinto. Había conocido días atrás a un tipo en Instagram: D.G.A. El chico hizo un comentario sobre música diciendo que el cantante Porta era el rey del rap y yo le contradije diciéndole que el rey siempre fue y sería Eminem. A partir de ahí surgió un pique entre los dos hasta que entró en mi privado para tontear conmigo. No era el primero que lo intentaba y muchas veces pasaba de responder a según qué tonterías. Pero D.G.A. me había llamado la atención.

—No me voy a casar con ellos, Alexia. Es una manera más de conocer gente y de divertirme. ¡Ah!, no, calla, que tú hoy has borrado esa palabra del diccionario —dijo bizqueando y mirándose la nariz.

Me reí porque era una payasa.

—Venga, te voy a confesar algo —le dije relajando mi humor.

—¿Sexo telefónico? ¿Te has estrenado?

Puse los ojos en blanco, algo que mi madre odiaba y yo solía hacer a menudo, sobre todo para fastidiarla.

—No te pases... El otro día respondí a un privado en Instagram de un tal D.G.A. Lea me miró entornando sus ojos.

—Mmm... interesante. ¿Y qué?

—Es divertido —respondí mirando hacia el baño del bar.

—¿Nada más, sosa?

—Por ahí sale tu ex —dije para cambiar de tema.

Alberto, su último capricho, salía del baño. No nos había visto y su mirada al frente lo corroboraba. Lea lo había dejado con él un par de semanas atrás y el chico se había quedado hecho polvo. Era habitual del bar y vecino de nuestro barrio.

—¿Lo llamo? —le pregunté para picarla.

—Ni se te ocurra. Es un psicópata de mucho cuidado. Ayer me mandó un ramo de rosas al centro de mi madre.

Los secretos de AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora