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La semana estaba siendo un poco agobiante y cuando Gorka me llamó para vernos en su piso le dije que sí sin pensármelo demasiado. Necesitaba distraerme, dejarme querer y hablar con alguien ajeno a todas aquellas movidas. Gorka apenas sabía nada de mí. Lo nuestro era una relación superficial entre dos jóvenes que no tienen apenas problemas.

Nada más entrar me recibió con un beso apasionado que me dejó los labios al rojo vivo. Gorka besaba de ese modo siempre, como si le fuera la vida en ello. Al principio me había parecido demasiado apasionado, pero con el tiempo me había acostumbrado.

—¿Y esa faldita? —preguntó colando su mano por debajo de ella.

Sabía que me gustaba que pasara sus dedos por mi muslo derecho sin llegar a tocar mi sexo.

—¿Te gusta? —le pregunté en un tono sensual mientras acariciaba sus torneados hombros.

Gorka se cuidaba, estaba fuerte y tenía buen cuerpo.

—Te va a durar poquito —dijo entre besos.

Me cogió en volandas y me apoyó en una de las paredes.

—¿Y tu hermano?

No me apetecía que apareciera su gemelo de repente y nos pillara en plena faena. Me llevaba bien con él y físicamente se parecía bastante a Gorka, aunque un lunar encima del labio de Lander era lo que más los diferenciaba.

—Ha salido, tranquila...

Me subió la falda y tocó mi sexo con maestría. Gorka sabía lo que se hacía. Aunque a veces era demasiado directo, sabía dónde acariciar.

—Dios, Alexia, estás...

—Estoy buena, lo sé —le dije besando su cuello.

—Estás muy buena —dijo atrapando mis labios de nuevo—. Estás tan buena que tengo que pensar en el Polo Norte para no irme antes de tiempo...

Me reí al oír sus palabras y Gorka soltó una risilla. Con él siempre era así: mucha charla mientras practicábamos sexo y alguna que otra canción de Estopa.

Me dejó unos segundos en el suelo, se bajó los pantalones y los calzoncillos para colocarse el preservativo y me atrapó de nuevo entre su cuerpo y la pared del salón.

—¿No me vas a cantar hoy? —le pregunté divertida. Sus dedos apartaron mi tanga a un lado.

—«Que yo sé que la sonrisa que se dibuja en mi cara tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada...» —canturreó en un tono perfecto. La verdad es que no se le daba nada mal.

Eché mi cabeza hacia atrás para reír y Gorka aprovechó el momento para entrar en mí. Nos miramos unos segundos y empezó a moverse a un ritmo lento. Gemí yo, gimió él. Mis dedos se apretaron en su piel y sus dedos se marcaron en mis nalgas desnudas. Más, Alexia, más... Cerré los ojos para saborear aquel placer, pero, repentinamente, se me jodió la historia: Thiago.

Thiago mirándome. Thiago moviendo sus labios de bizcocho. Thiago queriendo estar dentro de mí... ¡Joder!

Abrí los ojos y vi a Gorka tan concentrado en lo suyo que me reprendí a mí misma por pensar en otro mientras estaba con él. Era la primera vez que me ocurría algo parecido y me había descolocado bastante, tanto que tuve que poner todos mis sentidos para no acabar fingiendo. Con Gorka no había fingido nunca, con otros sí.

—Alexia, me voy... —su tono suplicante y sus gemidos graves junto con mis propias caricias lograron que acabara llegando mi orgasmo.

Uf... Sí...

Lo necesitaba. Era como un desahogo para mi cuerpo. Algo muy primario pero confortable.


Después de aquel asalto nos vestimos y tomamos un café en la cocina. Eran las siete de la tarde y ninguno de los dos tenía prisa alguna. Estuvimos charlando de la universidad, de la suya y de la mía. Le comenté lo de la fiesta para los de primero, pero ya estaba enterado del tema.

Los secretos de AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora