XXX; Valentia

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Supo que había llegado al Norte cuando el calor se volvió insoportable. Aún así, no pensó en quitarse la capa de Katsuki.

Azufre. Había olvidado lo nauseabundo que era el aroma a azufre característico de allí. Se notaba más a medida que se acercaban al castillo de los Todoroki.

Cuando despertó ya era de día, pero era el único que había abierto los ojos. Al parecer habían dormido con un hechizo a aquellas personas. "Mejor" pensó, se ahorraba el tener que conversar.

El carruaje se movió por unos minutos más y cuando se detuvo rápidamente tomó posición entre los cuerpo y fingió estar durmiendo también. No pensó que iba a funcionar pero para su suerte pasó desapercibido. Uno a uno, los cuerpos fueron bajados del carruaje hasta que llegó su turno también y lo llevaron hasta las celdas de prisioneros en los subsuelos del castillo. Conocía el camino de memoria.

La humedad era lo único que le daba tranauilidad ya que hacía descender al menos un poco la temperatura. También agradecía que allí no llegaba el olor a azufre. Por otro lado, no le gustaba tener que compartir celda, cosa que notó cuando lo arrojaron al duro suelo de una celda y cerraron las rejas tras él.

Fingió estar bajo el hechizo unos minutos más hasta que pronto se dejaron de oír pasos. Cuando estuvo seguro que ningún guardia estaba cerca, se levantó, y sentándose en el suelo buscó a quienes serían sus compañeros de celda por unos instantes.

Su estómago dió un vuelco. Esperaba cualquier cosa, cualquier bestia o criatura mágica. Incluso humanos.

Pero no esperaba encontrarse con los reyes Bakugo.

El rey se encontraba recostado con los ojos cerrados mientras que la reina se mantenía sentada a su lado, despierta. Sus ojos estaban clavados en Izuku como dos agujas, pero a diferencia de otros encuentros que habían tenido, en este la mujer no lo miraba desafiante, sino más bien...

— ¿Izuku? ¿Cómo...? ¿Por qué estás aquí? —

Se veía igual que Katsuki. Abatida, dando lo poco que le quedaba.

No pudo contestarle. Ni siquiera se atrevía a seguir mirándola, pero tampoco podía bajar la cabeza. Notó que la reina intentó levantarse, pero no pudo.

— ¿Dónde está mí hijo? ¿Por qué no están juntos?

— Majestad, yo—

— ¡Katsuki! — Gritó, callandolo en un segundo. — ¡Dime dónde está! —

Cuando intentó ir hasta ella, un susurro los interrumpió.

— Cariño... ¿Qué sucede? ¿Por qué estás molesta?

Inmediatamente la reina olvidó a Izuku y se dirigió a su esposo, acercandose para acariciar su pecho, buscando una forma de calmarlo.

— Sh, sh. Lo siento, no debí gritar, no quise despertarte. Por favor, vuelve a dormir ¿Si? Necesitas descansar. —

Izuku observó la escena en completo silencio. Quedó perplejo ante la diferencia de la reina. Aquella mujer, que parecía el mismísimo diablo en el castillo, ahora mismo era un ángel. Le hablaba al rey como si este fuera a romperse con el mínimo respiro.

— Tu también duerme. — Respondió Masaru. — No quiero que te agotes por mi culpa. —

— Estoy bien, cuidaré de ti un poco más y luego dormiré contigo. —

El rey sonrió a su esposa con el mismo amor que el cielo le tiene al mar. Allí, en esa sonrisa, había años, historia, recuerdos y tiempos difíciles. La reina estaba de espaldas, pero Izuku estaba seguro de que tenía la misma sonrisa en su rostro.

Hasta que estés a mi lado. [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora