14. Son como Adrien y Marianette

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Canción recomendada: El Amor después del  Amor- Fito Paez

Con el corazón en la garganta finalizamos la canción, exhaustos; habíamos puesto cada parte de nosotros para que saliera perfecta y los dejáramos perplejos

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Con el corazón en la garganta finalizamos la canción, exhaustos; habíamos puesto cada parte de nosotros para que saliera perfecta y los dejáramos perplejos.

Y al parecer había funcionado, ni una sola palabra estaba saliendo de aquellos dos hombres, lo cual nos fue impactante.

Éramos tan solo adolescentes que soñaban ser estrellas de rock, tener nuestras propias canciones, fans, dólares, mujeres. A quien le miento, Max es gay, Raquel tengo la leve teoría de que es asexual y yo definitivamente (y lamentablemente) soy hetero. Hombres no nos vendrían mal. Volviendo a lo anterior, dejarlos perplejos era un gran triunfo, así fuera que los hubiéramos dejado perplejos por una buena o mala razón.

—¿Estarán bien? —volteó Max a susurrarme, a lo que con los ojos entrecerrados y mirando fijamente hacia el frente negué con la cabeza.

—No pareciera.

—Bien, nosotros los llamamos, vayan a la sala de espera —el asistente había salido del trance, interrumpiendo mi concurso de miradas con el señor del bastón, quien también salió de aquel estado.

Apurados, junto a mi equipo, nos retiramos para ir a conversar fuera lo más rápido posible.

—¿Cómo nos fue? ¡¿COMO NOS FUE?! —Max estaba entrando en pánico, y eso no me ayudaba para nada.

Raquel finalmente habló, colocando su mano derecha sobro el hombro izquierdo de Max, quien estaba apoyado sobre la puerta de la habitación de la que acabábamos de salir.

—Max, tranquilízate, nos fue hermoso.

—Díganme que tenían sus hojas de laurel —tantee mis bolsillos, mostrándoles que yo, quien les había brindado aquellas para la buena suerte, estaba repleta de ellas.

Debía tener 5 hojas trituradas en mis bolsillos y alguna que otra completa.

—No tengo, dame, dame —empezó a reclamarme Max, tanteando dentro de mis bolsillos, tirando pedazos de hojas sobre el suelo, a lo que con vergüenza empecé a golpear su cabeza mientras exclamaba que se detuviera.

Él estaba entrando en un estado de locura, y yo en uno de vergüenza ajena.

—Por Dios, compórtense —la colorada nos tapó con su cuerpo, pero fue imposible ocultar el desastre que éramos al Asistente abrir la puerta para anunciar a una nueva persona que tendría que concursar.

Inevitablemente, Max cayó al suelo porque la puerta lo golpeo al abrirse, sacándomelo de encima.

—¿Se podría saber qué están haciendo?

—¿Sabes donde está el baño? —Raquel, una persona con una labia increíble, solo pudo formular aquello

—Esa clase de preguntas a la secretaria, no a mí.

The Last LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora