12. Vuelve la burra al trigo

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Canción recomendada: Irresponsables - Babasónicos. 

Con los pies sobre la capital, luego de haber usado durante todo el viaje el hombro del pecoso cómo almohada, me apresure a sacar de mi mochila un cigarrillo, junto a un encendedor; no sabía por qué razón mi corazón había empezado a latir de esa m...

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Con los pies sobre la capital, luego de haber usado durante todo el viaje el hombro del pecoso cómo almohada, me apresure a sacar de mi mochila un cigarrillo, junto a un encendedor; no sabía por qué razón mi corazón había empezado a latir de esa manera al tener tan cerca nuestros rostros al despertar.

El causante probablemente eran los nervios debido a no saber que me deparaba el destino ese día.

—Esas cosas del diablo no —Adam arrebató de mi mano mí fuente de nicotina, para luego tirarla a un basurero cercano.

—¿Sabés lo que cuestan? —cuestioné acercándome al cesto donde lo había tirado, con esperanza de que estuviera vacío. Para mi mala suerte no era así— Te voy a matar.

—Deberías agradecerme, te salve del cáncer de pulmones —dijo, para luego ignorarme fingiendo estar interesado en su celular—. Son las 10:35, tenemos tiempo para desayunar algo más nutritivo.

¿Un segundo desayuno?

—Ya desayunamos —a veces hablaba sin pensar, y luego reflexionaba, como en ese momento—. A no ser que no hayas comido ni antes de salir, ni durante el viaje.

El pelinegro fingió no haber escuchado mi reflexión.

—¿No desayunaste por buscar comida para que desayunara yo?

Sin su respuesta, supe que estaba en lo correcto.

El chico había madrugado, para buscar que cosas podría comer, ya que tengo una dieta bastante restringida debido al estrés al que suelo someterme, mi estómago es frágil.

—Ni que me importas tanto —dándose la vuelta, como hacía un rato yo lo había ignorado tras nuestro abrazo, empezó a caminar brindándome una muy buena vista de su espalda—. Vamos a tu ensayo.

¿Por qué acababa de pensar eso sobre su espalda?

—Tengo que ir al baño, cuida mis cosas y por nada del mundo te vayas —sintiendo que se lo debía, desconociendo la terminal de colectivos de Córdoba, busqué desenfrenadamente un local que vendiera alguna comida apetitosa, para reencontrarme con él portando conmigo tres bolsas repletas de comida—. En el baño hacian ofertas, entrabas y tenías un descuento de 2x1 en facturas.

Conocía muy bien el apetito de este chico, él era muy capaz de comer todo eso en tan solo media hora.

—No hacía falta —se negó a recibir mis ofrendas cuando se las acerqué.

—¿Si como algo de esto vas a aceptarlo?

—Tal vez.

Sin pensarlo dos veces abrí una de las bolsas, la cual contenía facturas, y saque mí favorita, la que contenía crema repostera y dulce de leche.

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