CAPÍTULO IX-RICARDO

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Lo único que percibía a mi alrededor era el eco de la explosión. Aquel bramido ensordecedor se extinguió para convertirse en un zumbido bajo. Supe que acababa de perder la capacidad de oír. En un último pensamiento antes de sumirme en la oscuridad, me pregunté de dónde habían sacado una granada. Mi cuerpo chocó contra algo duro, algo que no supe nombrar y, después, todo a mi alrededor se cubrió con un velo.

A pesar de la negrura, mi cerebro me negaba el privilegio de la inconsciencia. Poco a poco, mi oído fue recuperándose y los sonidos me llegaban como a través de una pared.

⸺¿Estás bien?

¿Ese era Joseph?

⸺Yo... sí ⸺titubeé. ¿Por qué dije eso? Mi estado físico era pésimo y era probable que me hubiese quedado sordo y ciego.

Joseph me cargó sobre sus hombros sin dificultad. Abrí los ojos y no vi más que manchas a mi alrededor. Mi cuerpo había sido muy maltratado durante las últimas horas: recibí gas lacrimógeno, soporté golpes en el rostro y salí despedido por los aires debido a una explosión. Joseph se movía lento, mucho más de lo habitual. ¿Estaría herido? Mi peso no era mucho comparado con el suyo. No era la primera vez que me cargaba y, cuando lo hacía, era capaz de caminar algunos minutos conmigo en sus hombros.

⸺¿Mis padres?

Joseph tragó saliva.

⸺No sé. No los encontramos por ningún lado. La explosión dejó muchos escombros y...

Solté un alarido y, por segunda vez en ese día, me desmayé.

Daniela me despertó con un bofetón. Me quejé bajito; temía que, si hacía algún sonido muy fuerte, volvería a abofetearme para que me callara. Mis recuerdos de lo ocurrido eran claros, mucho más de lo que me habría gustado. Mis lágrimas no tardaron en derramarse. ¿Qué habría sucedido con papá y mamá? ¿Estarían vivos siquiera? La incertidumbre me carcomía por dentro, retorcía mis entrañas cual parásito cuyo único propósito consistía en acabar conmigo.

Me encontraba en un cuarto pequeño que no me permitía moverme mucho. Mi obstáculo estaba hecho de carne y hueso. Joseph jugueteaba con un palo pequeño: lo pasaba entre sus dedos, lo lanzaba hacia arriba, lo agarraba con la otra mano y volvía a empezar. Durante unos instantes, me quedé embobado con la atención fija en aquel pequeño espectáculo. Al otro lado, Vleick roncaba de tal modo que, de no ser porque a conciencia le di tal característica, me habría preocupado. Verlo me arrancó una sonrisa. Me había encariñado con él y ya no quería que volviese a su mundo.

La escasa iluminación provenía del teléfono de Joseph. Apenas distinguía otra cosa que no fuesen el suelo de un color gris claro y las siluetas que poblaban el fondo del cuarto, demasiado similares a rostros para mi gusto; aunque estaba convencido de que se trataba de una ilusión óptica, no podía evitar estremecerme. Presentía que, en cualquier momento, largos dedos de bruma tenebrosa se enroscarían en torno a mí como cuerdas y me asfixiarían hasta la muerte.

Frente a mí, Daniela acudía la mano.

⸺Perdón por haber hecho eso. Es que me sentía muy sola aquí. Joseph no es muy buena compañía.

⸺¡Oye!

⸺¿Mis papás? ⸺pregunté.

Daniela agachó la cabeza y la movió de un lado a otro.

⸺No lo sé. Fue pura casualidad que nos salváramos. Creo que no lanzaron bien la granada, aunque se cayeron unas casas y quedaron muchos escombros. Casi es chistoso que los seguidores de Raised no pudieran matarnos ni siquiera así.

MetaficciónWhere stories live. Discover now