CAPÍTULO XXII-VLEICK

26 1 0
                                    


Aterricé junto a Joseph. Hasta ese momento no me había percatado de lo cansado que estaba; la persecución del rinoceronte había agotado casi todas mis energías y poco me faltaba para dejarme caer de rodillas y ponerme a gritar. Los últimos minutos habían sido una serie innumerable de temores y, sin embargo, aún no me enfrentaba al que más me mortificaba.

El movimiento del pecho de Joseph era mucho más lento. Tenía los ojos cerrados. Con precaución, me incliné sobre él. Su respiración, aunque débil, todavía seguía allí. Le acaricié el rostro. El muchacho reaccionó despacio: abrió primero los ojos con lentitud y, después, se dedicó a observarme por unos segundos eternos. Quería decirle algo, pero ¿qué podría ser? Lo único que quería era romper ese silencio de muerte que se había instalado entre ambos.

Joseph buscó mi mano y yo la suya. Quedaron entrelazadas como cuando creímos haber ganado antes del disparo y de la llegada del rinoceronte. Por primera vez en varios minutos, me acordé del autor verdadero. ¿Habría sido esa una jugada suya para hacerle creer al lector que todo iba bien? Si eso era así, ojalá sus lectores lo detestasen por ello. ¿Cómo se atrevía a quitarme a Joseph? ¿No había otros personajes que merecían la muerte? ¿Por qué él?

En algún momento, había perdido la esperanza. ¿Cuándo había sido? ¿Durante mi persecución en la terraza? Tal vez sucedió cuando vi a Joseph tan quieto desde lo alto, como si ya fuese un cadáver; pero él seguía conmigo y me contemplaba con ojos tristes. Las lágrimas se agrupaban en ellos y no tardarían en salir.

⸺No quiero morir ⸺dijo con voz débil⸺; tengo miedo.

Lo abracé. Su calor seguía allí. Sus lágrimas mojaron mi frente y las recibí con gusto. Traté de quedarme con la sensación grabada en mi cabeza para así reproducirla cuando quisiera. Porque ese sería mi único escape si quería reencontrarme con Joseph. No me resignaría a aferrarme a los recuerdos, tal como había sucedido con André. Cuando él murió, quería llorar hasta morir. Ahora no quería llorar, sino que una sensación peor se había apoderado de mí: la de haberme esforzado en vano, de haber luchado por nada más que mi orgullo. Lo único que logré fue aplazar la muerte de Joseph, hacer que sufriera más.

⸺No te vayas ⸺supliqué pese a que sabía que era inútil.

Joseph inclinó la cabeza. Me encontraba tan aturdido que tardé en percatarme de que quería besarme. Le correspondí y me extrañé cuando se separó de mí a los pocos segundos.

⸺No me iré. ⸺Colocó su mano sobre mi cabeza⸺. Estaré en tu mente y en tu corazón. Siempre que alguien pueda recordarme...

⸺¡Pero no quiero revivirte en mi cabeza! ⸺grité⸺. ¡Quiero que vivas de verdad! ¡Quiero que seas libre con o sin mí! ⸺La voz se me quebró⸺. No voy a soportarlo, no de nuevo.

Joseph no dijo nada y me invadió un fugaz enfado hacia él. Desapareció al instante, aun así, me dejó un poco contrariado.

⸺Nunca he podido salvar a nadie ⸺dije⸺. ¿De qué me sirvió defenderte? Ibas a morir de todos modos, ¿no? Si tan solo hubiese actuado más rápido...

Noté que el apretón de Joseph se volvía más débil. Tragué saliva. ¿Habría muerto ya? Levanté la mirada para comprobarlo. Tenía una expresión somnolienta en el rostro y se notaba a leguas que luchaba para permanecer con los párpados abiertos.

⸺Leí tus aventuras, Vleick. Yo mismo vi cómo triunfaste y cómo caíste. Lo viví contigo casi tanto como lo hizo Ricardo. Y también vi cómo mejoraste este último mes. Nos salvaste a todos cuando los policías nos tenían acorralados y te enfrentaste a Raised cuando era evidente que ibas a perder.

MetaficciónWhere stories live. Discover now