Belfegor destrozó una casa de un manotazo. Los pedazos de techo salieron volando por encima de la gente que huía despavorida. Muchos habían decidido desacatar la orden de permanecer en sus casas y con razón, pues si se quedaban allí no harían otra cosa que permitir que un robot gigantesco los aplastara. Por supuesto, el riesgo no era menor en la calle, pero al menos existía la posibilidad de escapar.
Belfegor levantó el pie y se me revolvió el estómago al ver a dos cadáveres en el suelo: eran niños, aproximé que tendrían como mucho cinco años, habían quedado enterrados bajo los escombros. Sus rasgos eran imposibles de distinguir con claridad, pero los reconstruí en mi cabeza. El primer niño tendría el pelo negro alborotado sobre un rostro tan blanco como una hoja de papel, habría muerto dormido, sin tiempo para percatarse de que un pedazo de techo caía sobre él; el segundo habría sido herido por algún escombro de origen desconocido, abrazaría al primero pese a ser consciente de que ya se había ido mientras, poco a poco, perdía la consciencia.
Belfegor ya no giraba la cabeza. Mantenía la vista al frente y su único objetivo era salvar a Vleick, pero era demasiado lenta y, a su paso, destruía viviendas, edificios y acababa con las vidas de cientos de personas.
Exceptuando algún vistazo ocasional, no me quedaba de otra que imaginar las muertes de quienes pasaban por debajo del robot.
Esperaba que Belfegor me dijese algo. No ocurrió. Sólo era consciente de lo que deseaba y que no le importaba asesinar con tal de conseguirlo. Y yo lo contemplaba todo, sin otro anhelo que apoderarme de nuevo de mi cuerpo para detener esta masacre. ¿Por qué Raised no se apresuraba a enfrentarla?
Esto era lo que yo quise. ¿Qué tan distinto era de Belfegor? Había pasado un mes entero sin pensar en las evidentes consecuencias de traerla a la vida. Decidí no prestarle atención a aquello que consideraba inevitable para no bloquearme durante la creación de la novela. ¿En qué clase de monstruo me había convertido?
Noté que la mano de Belfegor se elevaba hasta su rostro. Entre sus dedos repletos de extrañas terminaciones nerviosas se debatía una mujer de pelo largo y marrón, vestida aún con un pijama blanca y descalza. Sus súplicas calaron en mi mente y fueron tan potentes como un golpe en el cráneo. Deseé poder estremecerme, sólo para recordarme a mí mismo que seguía siendo humano; pero no lo era: yo mismo había renunciado a ello.
Belfegor colocó el dedo pulgar sobre la cabeza de la mujer. Se quedó boquiabierta al verme a través del visor. Mi cuerpo aún se conservaba en el interior del robot, aunque no podía sentir con él y me limitaba a ser una mente flotando en el espacio. La mujer dejó de gritar, tan horrorizada le había dejado aquella última visión. Quise decirle que no se preocupara, pero habría sido una mentira descarada. El pulgar acarició su cabeza y, después, la aplastó. La sangre voló hasta el visor. Aturdido, recordé un relato llamado No tengo boca y debo gritar. Ningún título de una obra me habría definido mejor en ese momento.
Belfegor arrojó el cuerpo decapitado. Me aliviaba no saber a dónde iría a parar.
Algo chocó contra el cráneo del robot. El cuerpo entero se estremeció por las vibraciones y, por fin, Belfegor se agachó. Desde el tejado más próximo, Raised le apuntaba con una metralleta hecha de llamas. Su rostro había adquirido una seriedad que me desconcertó: solía tomarse las cosas muy a la ligera, sin embargo, ahora me observaba con determinada frialdad.
Volvió a disparar. El cuerpo del robot se estremeció; las balas de armas hechas a partir de piroquinesis eran mucho más potentes que las normales. Belfegor dio unos cuantos pasos hacia atrás, aun así, haría falta mucho más que eso para detenerla. ¿Por qué Raised no le apuntaba al agujero en el pecho?
Belfegor dirigió la palma de la mano hacia él. Raised recurrió a sus tentáculos para enrollarlos en torno a las vigas de un edificio en ruinas. Salió disparado antes de recibir el golpe, que dio como resultado una explosión de escombros que llovieron sobre la calle. Belfegor apretó el puño y volvió a aporrear el edificio, a pesar de saber que Raised ya no se hallaba allí.
Destrúyelo, pensé.
¿Es mi hermano?
Fue el que dijo que mataran a Vleick, así que sí, debes eliminarlo; es un traidor.
Belfegor me tenía cariño, de eso no había duda. Era la única persona que la había disparado a sabiendas de lo que iba a ocurrir, era como si, desde el principio, hubiese querido estar adherido a ella.
El robot cambió de dirección y, tras dos minutos sin hacer más que avanzar con pasos lentos, divisé a Raised, de nuevo en un tejado. Me pregunté cómo podía oírlo en medio de tanto caos cuando vociferó:
⸺¿Esto es lo que buscabas, papá? ¿Convertirte en alguien como yo? ⸺Rio⸺. Es bastante irónico, ¿no crees?
Raised no era consciente de lo que decía; me había unido a Belfegor para derrotarlo. Si él destruía el robot, todo estaría solucionado.
O quizás tenía razón.
Tenía razón porque yo decidí sacrificar a mucha gente para suponer un riesgo, para que destruir al robot fuese un acto de bondad. ¿Acaso no había renunciado a mí mismo para acabar con Raised? ¿No estaba matando más gente que él?
Belfegor un hospital a su paso. El fuego estalló frente a mí y me habría cegado de no ser porque mis ojos habían perdido sensibilidad. Una vez más, acababa de matar con el cuerpo de Belfegor. Había decidido ser uno solo con ella y eso significaba mi perdición.
KAMU SEDANG MEMBACA
Metaficción
FantasiLos límites entre la ficción y la realidad ya no existen. Tras abandonar una saga de libros que lleva escribiendo durante años, los personajes de Ricardo saltan al mundo real y esparcen el caos. Ricardo sabe que es el único que puede detener aquello...