CAPÍTULO XI-RICARDO

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Habían pasado dos semanas desde que llegamos al claro del bosque. Fueron días muy agotadores: levantarse temprano para entrenar, comer y pasar toda mi tarde escribiendo. Estaba acostumbrado a hacerlo por largos periodos de tiempo, así que no tenía problemas para completar mi rutina. Eso sí, cuando llegaba el anochecer y me detenía, me percataba de mi agotamiento. Dormía temprano para no estar muy cansado a la mañana siguiente.

Llevaba escritas poco más de cincuenta páginas. En otras circunstancias estaría orgulloso del ritmo que llevaba, pero la urgencia de terminar el texto ejercía presión sobre mí, sobre todo al darme cuenta de que el conflicto principal necesitaba para desarrollarse y concluir, como mínimo, unas doscientas páginas. Daniela robó la computadora de un almacén y, en medio de todo ese ajetreo, olvidé preguntarle cómo. Joseph tampoco lo mencionó, resignándose a la idea de que ella era silenciosa e inteligente.

Mi historia giraba en torno a una pistola que poseía consciencia propia y que se apoderaba de la mente de quien la disparase. El detective Raan lo hacía por accidente y, de inmediato, cedía ante la voluntad del arma. La pistola, a quien decidí llamar Belfegor en honor a un demonio de la tradición judía, empezaba a atraer objetos de metal que cubrían el cuerpo de quien la disparó en un robot gigantesco. Esto sucedía sólo si el disparo se daba contra una superficie de metal, cosa que no ocurría en la novela. Si se disparaba contra otro objeto, la inteligencia de Belfegor no desaparecería y se centraría en controlar a su portador para que cumpliera sus órdenes; en caso de ser metal, su única ambición se volvía la destrucción de todo a su alrededor. Belfegor abandonaba a su portador cuando, de una forma u otra, acababa muerto.

La historia de Belfegor se ambientaba en el mismo mundo que la de Vleick, aunque muchos años atrás y en Anabis. El origen de Belfegor era otra anomalía en las brumas, semejante a la responsable del nacimiento de Raised.

Dejé de escribir. Los dedos y la espalda me dolían. Aún eran las cuatro de la tarde y un descanso no me vendría mal. Sin embargo, me agitaba el presentimiento de que no debía irme todavía. Ignorar el dolor y el cansancio se había convertido en una costumbre: a menudo, olvidaba cualquier obstáculo para sumergirme en mi historia. Los días de bloqueo eran muy extraños en mí, aunque siempre ocurrían. La única excepción fue la cuarta novela de Vleick y los hechiceros. Por supuesto, esos meses consistieron en un desesperado intento por evadir la realidad, por centrar mi atención en algo que no fuese George. Hasta que terminé, no me percaté de lo preocupados que estaban mi familia y mis amigos. Casi me daba cargo de consciencia haberme ausentado por un mes entero. Lo que me salvaba de ello era la certeza de que la había pasado increíble junto a Vleick.

Eso no sucedería de nuevo.

Comencé el último tomo de Vleick al día siguiente tras llegar ebrio a casa. Nunca había bebido antes y, hasta entonces, prefería abstenerme de ello; pero esa noche fue distinto: la muerte de George no paraba de repetirse en mi cabeza, como si alguien se hubiera infiltrado en ella y obligado a no pensar en nada más. Ardía en deseos de venganza y, sobre todo, de escapar de mis propios pensamientos. Tal era la tortura a la que estaba sometido que, sin pensarlo dos veces, compré una botella en la licorería. Me emborraché a solas; la compañía de otros me generaba asco. Tal como esperaba, el dolor fue desapareciendo. Habría ido a por más de no ser porque ya no me quedaba dinero. Caminé tambaleándome a casa, el mundo a mi alrededor daba vueltas y recuerdo que pensé "La Tierra gira a más de mil kilómetros por hora. Creo que ahora lo veo. Sí."

Entré sin molestarme en disimular; a esas alturas, el castigo o la reacción de mis padres no me generaba más que indiferencia. No me gritaron, no me reprendieron, ni siquiera pronunciaron una palabra. No recordaba el rostro de papá, pero sí los suaves sollozos de mamá. Dejaron que me marchase a mi cuarto y cayese rendido en la cama.

MetaficciónWhere stories live. Discover now