CAPÍTULO III-RICARDO

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Cuando terminé de contarle a mi madre lo ocurrido, Vleick y yo nos marchamos a mi habitación. Me dio vergüenza recibir a mi propia creación en un sitio en donde ni siquiera las cobijas estaban tendidas. Restos de comida poblaban el suelo y en la cama se amontonaban los cuadernos de las asignaturas que ese día no llevaba. Pasaría un buen tiempo antes de que pudiera volver al colegio sin temer por mi propia integridad. Desde mañana empezaría a buscar trabajo. El panorama resultaba de lo más desolador y agobiante.

Le di un puntapié a un viejo balón de fútbol que llevaba años sin utilizar y había encontrado su cementerio en mi cuarto. ¿Cuántos objetos más habían sufrido el mismo destino durante los últimos dieciséis años? La costumbre de dejar todo tirado la tenía desde mi infancia y nunca hice serios esfuerzos por corregirla.

⸺Perdón por tanto desorden, no creí que vinieras.

Vleick sonrió, aunque no me engañaba. Una de las cosas en las que era opuesto a mí era el orden: organizaba a la perfección todas sus posesiones y en su vida había perdido algo.

⸺Está bien ⸺dijo, y, tras unos momentos de indecisión, añadió⸺: En la Academia nos obligan a recoger todo.

⸺Lo sé, Vleick, lo sé mejor que nadie.

Me extrañaba que, por momentos, Vleick parecía olvidar quién era yo y me daba un dato sobre su mundo que ya conocía. Era imposible que él supiera algo que yo no y eso me inquietaba un poco. Él podía esperar nuevos conocimientos de mi parte, pero jamás recibiría lo mismo a cambio. Por lo menos, no durante los próximos días. Necesitaba regresarlo a su mundo, a donde pertenecía. Trataría de disfrutar su compañía mientras tanto, pero no me daría el lujo de desentenderme sobre el misterio de Raised. Actuaba como yo esperaba, sin embargo, descifrar sus siguientes acciones era complicado. Solía recurrir a planes elaborados que yo mismo debía pensar cuando escribía.

Si tan solo tuviera claro su objetivo, las cosas serían distintas.

Vleick se aproximó hacia la estantería de libros, lo único en aquel cuarto con un orden más que decente. Agrupaba los libros por orden de tamaño y, en lo posible, buscaba que los colores combinasen. Hacía tiempo que no compraba más, pues mis padres tenían menos dinero. Había aprendido a leer en digital. Vleick pasó el índice por un ejemplar algo viejo de El Principito.

⸺¿Estos fueron los libros en los que te inspiraste? Una vez incursioné en tu mente y vi que, al final, toda obra de ficción es producto de varios retazos de otras.

Fruncí el ceño.

⸺Pues estás en lo cierto. ¿Desde cuándo hablas como un profesor de escritura creativa?

Vleick se encogió de hombros.

⸺Fue lo que estabas pensando en ese momento y me lo grabé. También decías que, por eso, ninguna historia será del todo original y no debemos preocuparnos por ello.

Asentí. Acostumbraba a repasar algunos preceptos con los que guiarme para la escritura. A pesar de que no existía ningún manual, consideraba que unas cuantas reglas básicas debían ser obedecidas siempre. No lo admitía en voz alta, pero repetirlas en mi cabeza me hacía sentir como un experto en la materia. Quizás sería muy arrogante decírselo a Vleick.

⸺Pues no. Yo... últimamente no sé qué escribir, no sé qué rumbo vaya a tomar, en realidad. Dije que descansaría, pero igual quiero hacerlo.

Señalé la laptop. Gris y con unas cuantas grietas finas en el teclado, había sido mi compañera durante los últimos seis años. Era la única que conocía a la perfección todos mis errores y aciertos como escritor, incluso si había borrado unos cuantos archivos. Quise sentarme, abrir Word y dejar que mis manos volaran sobre el teclado. Una idea clara era indispensable y no contaba con ninguna.

MetaficciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora