CAPÍTULO X-VLEICK

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Todavía no asimilaba del todo que Joseph acabara de robar un coche y que Daniela hubiese conseguido suministros necesarios para un mes sin que a ninguno lo hubiesen atrapado. Las cajas de comida ocupaban mucho espacio y una caja con un peso mayor del que me gustaría presionaba mi cuerpo contra la puerta, obligándome a permanecer con la mejilla pegada a la ventana. Me removí, incómodo. Aquella posición había hecho que el dolor de ojos y cabeza fuese reemplazado por dolor de cuello. No había muchas posturas para probar y cada una resultaba más incómoda que la anterior.

Joseph, a mi lado, manejaba con cierta torpeza. De vez en cuando, el auto se torcía un poco en el camino. Pese a que nadie lo mencionaba, todos creían que, en algún momento, se saldría de la carretera.

⸺¿Están cómodos? ⸺preguntó.

⸺Para nada ⸺dije.

⸺Más o menos. ⸺Ricardo contaba con un poco más de espacio, el suficiente para respirar sin ningún tipo de esfuerzo, un privilegio que hubiese deseado para mí.

⸺Creo que me rompí algo ⸺dijo Daniela.

⸺Ja, ja. Muy chistosa.

Joseph quitó una mano del volante y agarró el borde de la caja para quitarme un peso de encima. Estuve a punto de agradecérselo cuando lo retiró de pronto. El coche había estado a punto de irse por el pasto. Un auto que pasó a nuestro lado nos pitó y el conductor gritó algo que, pese a ser ininteligible, deduje que no estaría colmándonos de halagos.

⸺Joseph, dijiste que sabías manejar ⸺apuntó Daniela.

⸺Sí, pero nunca dije que bien.

⸺¿Entonces por qué te ofreciste a manejar?

⸺Porque ninguno de ustedes sabe. ⸺Me echó un breve vistazo⸺. Perdón, pensé que la caja te incomodaba.

⸺Y mucho, pero mejor nos esperamos a llegar.

Ricardo metió la mano en una caja abierta y sacó una lata de atún. Agradecí que ese alimento fuese tan común en la realidad como en la ficción.

⸺Todo es comida enlatada.

⸺Pues claro ⸺dijo Daniela⸺, no vamos a tener dónde cocinar.

⸺¿Y si nos hace mal?

⸺Por eso alguien tiene que apurarse a escribir.

⸺¡Ni siquiera hemos llegado!

Una hora después, el coche se detuvo frente a una espesa arboleda. Pinos gigantescos se elevaban frente a nosotros. En cuanto entráramos allí, no debíamos siquiera soñar con mirar el cielo, pues las frondosas copas lo cubrirían por completo. La vegetación consistía en arbustos muy juntos entre sí, unas cuantas hierbas muy crecidas y eucaliptos pequeños. El terreno se extendía varios metros hacia el horizonte. Desde esa posición, parecía que iban hasta el infinito. Nos llegaba el canto de los pájaros, nada melodioso porque era evidente que algo los agitaba. ¿Habría depredadores allí? Los lobos y los osos eran igual de peligrosos que una multitud furiosa.

Tras varios intentos poco fructíferos, conseguí salir del auto. Lo hice con tal rapidez que estuve a punto de caerme. Los demás no se veían tan incómodos y, por unos segundos, mi cara se cubrió de un rojo similar al de mi pelo. De seguro me vería como una criatura sonrosada y debilucha a los ojos de un águila.

La brisa era violenta: revolvía mi cabello y me obligaba a apartarlo del rostro cada diez segundos. Durante una de mis incursiones, me enteré de algo que me dejó un tanto extrañado. Algunas personas del mundo real disfrutaban tener el pelo encima de los ojos. No lo entendía y me causaba algo de gracia. Se me escapó una risita involuntaria. Los demás me miraron sin decir nada. Me pregunté si la risa tendría consciencia propia y por eso le gustaba tanto salir en momentos poco oportunos.

MetaficciónWhere stories live. Discover now