CAPÍTULO XVII-RICARDO

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Solía amar el silencio; su presencia traía consigo una mayor facilidad para escribir: me concentraba en mis personajes, en mi mundo, en mi trama y cualquier cosa del exterior me daba igual porque no hacía acto de presencia. En cambio, mientras caminaba con pasos lentos, el cañón de la pistola dirigido a mi cuello, lo detesté más que a cualquier otra cosa. ¿Cuánto daría por escuchar la risa de un niño o los insultos de un conductor? Extrañaba tanto los chirridos, los bramidos, los llantos estruendosos.

Ya no quedaban patrullas que obligasen a la gente a regresar a sus casas, pues les habían convencido de que sería lo mejor para su seguridad sería no salir.

El policía llevaba a Belfegor y aún me preguntaba cómo haría para quitársela. Se la había entregado porque resultaría demasiado sospechoso que no lo hiciera. Acorralado como estaba, daría a entender que llevaba conmigo un arma capaz de quitarme la vulnerabilidad. Por suerte, el oficial usaba la pistola que le pertenecía y guardaba a Belfegor en el cinturón. Si la disparaba, tendría que matarlo... Cosa que sería muy difícil; esa maldita pistola no se dejaba abatir con facilidad. Sin contar, claro estaba, cuando permitió que los policías de Raan la acribillasen, presa del más puro dolor.

Con cada paso que daba, se repetía en mi cabeza lo que les había confesado a Joseph y a Vleick. No deseaba morir ahora, sin embargo, en ese momento habría sido capaz de usar a Belfegor para meterme un tiro. Encontraba ilógicos a los pensamientos que, horas antes, tuvieron en mi cabeza el mayor sentido del mundo. Había pensado que, dado que George me odiaba por haber causado su muerte, así que si me volvía el responsable de la mía estaríamos a mano.

El parque estaba alumbrado por las luces mortecinas de los postes, que se sumaban al ánimo que se respiraba en la ciudad. Le eché un breve vistazo al banco que el primer azral había destrozado. Habían limpiado los trozos de pared que habían quedado desperdigados y los reemplazaron por herramientas de construcción. Otro buen detalle de Raised.

De pie, una figura solitaria y despreocupada, aguardaba a que llegara. Vleick y Raised eran idénticos en todo aspecto físico, sin embargo, había algo que los diferenciaba y que en los libros no se menciona porque Vleick es el único narrador: su postura. Vleick caminaba con los brazos muy pegados al tronco y su espalda se curvaba un poco hacia delante; Raised, por el contrario, caminaba erguido y acostumbraba a enterrar las manos en los bolsillos. Miraba a todo el mundo como si fuera inferior a él, mientras que su contraparte se pasaba el día con los ojos muy abiertos y la expresión de quien se ha perdido en un mundo de maravillas.

Cuando estuvimos a unos metros de distancia, Raised levantó la mano para indicarle al oficial que se detuviese. Obedeció, aunque por su expresión ceñuda deduje que se moría por meterme una bala en el cerebro. El sentimiento era mutuo.

⸺¿Vas armado? ⸺preguntó Raised.

⸺No.

⸺Le quité su pistola ⸺dijo el oficial.

Raised lo escrutó de arriba abajo. Un escalofrío me recorrió la espalda. No adivinar los pensamientos de Vleick me parecía interesante, pero con él me invadía el miedo más puro. Me pregunté por qué no compartíamos cierto vínculo mental. Tenía lógica que fuese así, ¿cierto?

⸺¿Cómo fue que te la dio? ⸺inquirió Raised.

⸺Les apuntamos con la pistola.

Raised inclinó la cabeza en mi dirección.

⸺Dale el arma.

⸺Pe-pero señor... ⸺Era muy satisfactorio ver a aquel hombre titubear.

MetaficciónWhere stories live. Discover now