Lucerys V

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Llegó rumiando piedras tras caer
Surcada por las cuerdas del serón
La lluvia, recogida en puño
Demasiada piel
Demasiado que perder
Pero todo lo perdió
La noche de viernes santo - Marea

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En el fondo, Lucerys quiere sentirse engañado, quiere preguntar por qué Jace no confió en él para todo aquello. Han sido solo ellos dos contra el mundo toda la vida. En el fondo sabe que no le debe nada, no por qué él tampoco haya sido sincero, sino por la naturaleza misma del delito. ¿Cómo explicarle que Helaena y él se estaban viendo a escondidas? Cuantas de las veces en que Jace viajaba para ayudar a alguno de sus padres no fue una estratagema para encontrarse con su tía. Lucerys no quiere pensarlo.

Pensarlo es igual a saber cuál es el destino real de sus andanzas con Aemond: Un completo desastre. Es verdad que nunca podrían tener hijos, pero las otras cosas sí que serían iguales: el enojo de Alicent, la incertidumbre de su abuelo, la fría furia de su madre, la preocupación de sus padres y las acojonantes miradas de todos los demás.

Mientras camina al lado de su madre, hacia la sala de estar, mueve los dedos de su mano intentando conectar aquello con el golpe sordo en la mejilla de Aemond. ¿Podría defender a Aemond de su misma familia si así se decidiera? No se cree capaz, no considera que Aemond pueda hacerlo también. Cada uno es diferente, cada uno tiene intereses claros y enfrentarlos por algo que es, a todas luces, tan débil, no sería conveniente. No es Jace, no tiene esa valentía; y no es Helaena, no sabría lanzarse con tanto arrojo a los leones.

Su tía está dispuesta a tener los hijos de su hermano.

―No quiero, papá ―dice Helaena, caminado de la mano de Viserys―. Quiero a Jace y quiero a mis niños.

Su tía habla con gravedad, no hay duda o miedo en sus palabras. Detrás de ella, Jacaerys sonríe con orgullo y mira a su madre. Lucerys no sabe si Rhaenyra tiene más pena o más felicidad en el rostro. Ha sido una madre dedicada, una mujer entregada a sus deberes, desde la administración de los bienes familiares hasta los niños a los que ha tenido. ¿Se sentirá culpable por esto? Ella y Alicent habían separado a Hel y Jace años atrás, intentando que sus coqueteos no escalasen más allá. ¿Dónde están ahora?

―Ni siquiera has tenido el primero y ya estás pensando en más ―se burla su padre, Harwin, abriendo la puerta de la sala para todos.

―Van a ser dos ―señala Helaena, como si fuese algo obvio―. Ya los he visto.

Rápidamente, se agolpan en los sofás con restos de comida y bebidas, su abuelo sentado en medio de sus dos hijas. Laenor no deja de mirar en dirección a la puerta, esperando el regreso de Alicent Hightower, es una pelea cazada que verá su última contienda hoy. Aegon se queda en rellano, esperando, mientras Daeron se devuelve hacia la entrada.

Alan tuvo la suficiente presencia de ánimo para tomar a Joffrey, despedirse de su novio y salir con el pequeño. Lucerys no quiere ni pensar en lo que será llevar al pequeño Aegon de vuelta a casa.

―Vamos, Jace, cuidaré de esos golpes ―papá Harwin empuja el hombro de su hermano y lo insta a seguirlo hacia el baño, del otro lado de la habitación. Su hermano agradece con un una media sonrisa, mostrando sus manos llenas de sangre fresca.

Quizá cada pequeño malentendido de su familia vea su final ―destructivo― hoy.

―Hel, ¿es en serio eso lo que quieres? ―Viserys Targaryen siempre es afable, sus momentos de seriedad son extraños― Tendrás que dejar todo lo que has logrado y Jace…

IntimidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora