Aemond IX

502 41 16
                                    

Nos dijeron que estamos solos en esta tierra,
Y miramos al cielo
Pero el cielo no nos escucha, el cielo no nos escucha.
Y quisiera volar contigo a la luna
para nunca más
No regresen a la Tierra, nunca regresen.

сплин - иди через лес

━━━━━━━※━━━━━━━

El avión aterriza en Poniente. No es diferente de otros aterrizajes en los que ha estado. Viviendo en una isla, todas sus salidas en los últimos años involucraron aviones. Es solo que aquí el sol es diferente, la gente es diferente y, a pesar de sí mismo, sigue resaltando sin quererlo. Una chica, azafata, sirvió una infusión de hierbas cuando despegaron. Fue obvio que se sorprendió por su apariencia.

—¿Lyseno? (1)—preguntó la mujer, con su mejor sonrisa.

—Targaryen —respondió él, tomando el té que se le ofrecía.

En un movimiento que otros habían hecho con él antes, la azafata le miró directo a los ojos para comprobar lo que decía. Él frunció el ceño y ella se fue. Es la bienvenida más acorde a su posición que ha recibido nunca... No es un príncipe, no tiene tierras, pero puede seguir exigiendo algo de respeto a través del temor.

Lo segundo que le hizo tambalear fue la vista de la Fortaleza Roja a través de la ventana. La estructura sigue siendo visible a bastantes kilómetros, con su distintivo color, que se refleja en los vidrios de los altos edificios construidos en la ciudad. Fue como ver una premonición, un grito en la lejanía que habla de la vuelta al deber, a la familia, a los engaños y al pronto mantenimiento de una apariencia que no es suya. Aunque el lugar sigue perteneciendo a su familia, es también un museo y un patrimonio del país... Aemond fue en su niñez con algunas excursiones del colegio, a ver los enormes cráneos de dragones, tapices con escenas de todo tipo y el enorme trono de espadas retorcidas.

El Trono de Hierro. Él, igual que todos sus hermanos y sobrinos, se había tomado una foto sentado allí; no como el resto de la gente que debe contentarse con una pequeña réplica en la tienda de regalos. Al principio se sintió bien, poderoso, luego le dio miedo. Las espadas de aquel monstruo parecían querer tragarlo después de unos minutos. Él se había levantado con valentía y fingido desinterés; Aegon, Jace y Helaena, que también se sentaron allí en aquella ocasión, terminaron con cortes, ¿Daeron, Luke y Joffrey también sintieron lo mismo? ¿se lastimaron? No puede recordarlo.

Sus padres lo reciben en la salida del aeropuerto. Se ven tan dispares como siempre: Viserys está en un traje de oficina color crema, su cabello platino está mucho más lleno de hebras grises y sus ojos lilas casa día están más deslavados, anciano; Alicent, por otra parte, lleva un cuello de tortuga y manga larga verde malva, con unos pantalones amplios de color humo, aun es joven, su cabello le da vida enmarcando todo.

—¡Aemond! —Su madre levanta la mano y él responde con un tímido asentimiento. Ella lo estrecha en un fuerte abrazo en cuánto están cerca—. Me alegra tanto que hayas vuelto, no podía parar de pensar en que te quedarías allí.

El tono, el "allí", resume presunción y displicencia.

—Tal vez vuelva —informa—. Estoy aquí para ver posibilidades.

—¿Por tu novia? —pregunta Alicent, esperanzada. Algo en el hecho de que asiente cabeza con una mujer alegra mucho a su progenitora.

—No es mi novia, madre.

Viserys, que los mira por turnos, decide hablar: —Déjalo, Alicent, acaba de llegar. Está buscando su lugar.

La mujer se revuelve las manos con ansiedad, mira a su esposo y suspira. No dice nada más, camina al auto sin esperarlos. En otro momentos, Aemond la seguiría esperando que dejara atrás su malestar, pero ya no es el niño mimado que ella educó.

IntimidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora