Aemond V

1K 86 78
                                    

Venía mascullando su oración

Luciendo el altozano en el costal

Bullendo, igual que bulle el miedo sujeto al ronzal

Arrastrando el sinsabor

De su sola soledad

La noche de viernes santo - Marea
━━━━━━━※━━━━━━━

Tal vez había sido demasiado bueno. El destino no tiene tregua con aquellos que se apresuran y toman las cosas sin necesidad. Siempre pasa en su familia, siempre han ido por más de lo que pueden, peleando entre sí por cosas que serían, a lo mejor, superficiales para otras personas. Quiere creer que los gritos, lo que escuchan a medida que se acercan de nuevo al castillo, son solo producto de la efusividad del alcohol, ha pasado otras veces.

Las cosas terminaron bien, llegaron lejos, más lejos de lo que esperaba, pero Luke no estuvo nunca en desventaja, pudo haber huido o acabado con ello ―tiene la suficiente fuerza física y mental― y decidió continuarlo. Aemond no encuentra la palabra adecuada para calificar la situación: ¿adecuada?, ¿extasiante?, ¿fantástica? Lucerys, con las piernas abiertas para él, las manos tocando todos sus puntos débiles y las palabras adecuadas para no hacerlo sentir raro, es el concepto más complejo al que se ha enfrentado.

Supone que así funciona lo que va después del gusto, ¿el enamoramiento? Aemond no cree que pueda ser eso, el enamoramiento ciega, catapulta solo lo bueno, y él no ha hecho eso, se ha mantenido dentro de los límites de la realidad, sabe los defectos, es consciente de ellos, pero los asume con el paquete de cosas que están bien: Lucerys es valiente, tiene palabra, es amable y no parece inclinado a la conspiración o la irresponsabilidad. Es inteligente, con una predisposición hacia lo analítico.

―¡Madre, no puedes decir eso! ―es Daeron, angustiado―. ¡Se trata de Helaena!

Lucerys lo busca con la mirada. Está tan confundido como él. Los separan unos cuantos metros de la entrada al castillo, aún están envueltos por el apacible deslizar del viento en las hojas, la luz clara de la luna poniendo destellos en las ondas oscuras de Luke. Aquí hay paz, y allí hay guerra.

―No suena bien ―las palabras están contenidas, con las manos dentro de los bolsillos, Lucerys parece hacerse más pequeño de inmediato.

―¡Lo sé! ¡Lo estoy viendo! ―contesta Alicent, angustiada, a lo que sea que defiende Daeron.

―Alicent, puede ser tratado de otra manera, mi hermana...

―No es tu hija ―Rhaenyra es interrumpida―. Es mi hija y debe darme una explicación.

El bosque, la luna, los sonidos de los grillos, se interrumpen por esa declaración. ¿Qué podría ser suficiente para que Alicent Hightower grité a su más querido retoño? Nunca ha sido un misterio que, por más que adore a sus hijos a través de la palabra, Helaena ha sido siempre el motivo real de todos sus esfuerzos. Aemond nunca tendría, por más que se esfuerce, la suave complicidad que se puede facilitar entre las dos mujeres.

Tanto Aemond como su sobrino echan a correr. Evitar el desastre solo hará que los golpee con más fuerza, por lo que es mejor estar en primera fila: golpea más, pero con menos secuelas.

Suben por las escaleras de la entrada, empujan la puerta, y encuentran a su familia dividida en dos.

―Dime ―exige Alicent, poniendo lo que Aemond sabe, y no quiere confirmar, es una prueba de embarazo, frente a los ojos de Helaena―. ¿De quién es?

IntimidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora