Aemond VII

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Dibuja las manos, los pies y la sombra de los ojos

Pero no capturará tus dudas y preocupaciones

Tu corazón, tu nombre en la página

Porque tú eres una diosa, él es un vulgar ateo.

ушла к реалисту ― монеточка (Traducción propia)

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La motivación que le deja quedarse en el parque es un retumbar de las palabras de Dalton: “Puede no parecerlo, pero el problema que tienes con Lucerys no es el mismo que tiene Jace con Hel. Ustedes están actuando bajo un peligro inminente que no los cobija”. Ellos no pueden traer un hijo al mundo y, aunque Aemond es mayor, su diferencia de edad no es una que pueda ser cuestionada. No se trata de un componente genético, solo de una discusión social.

El problema es que Aemond sabe que no es algo que puedan discutir ahora, no cuando hay un bebé de por medio y una guerra de facciones a la vuelta de la esquina. Piensa en el huevo de dragón caliente, en su hermana sin miedo, en su madre huyendo a Antigua. No es su problema, como dice Daeron, pero sí tiene que ver con el futuro que puede tener y al que Lucerys está obligado a plegarse, porque ¿qué harían ellos sin el dinero y el prestigio de su familia? Su estabilidad depende de lo que otros logren negociar.

―Tienes que decir las cosas claras ―Luke no se mueve de su sitio, mirando a sus hermanos y tíos alejarse. Aemond sabe que tiene miedo de mirarlo a los ojos, él también tiene miedo de perderse en la cercanía y no poder hacer lo que se debe.

―Lo siento ―repite―. No debí excederme con Jace.

―Debiste pedirle perdón a él ―tiene razón.

―Pero él no se sintió herido, tú si lo hiciste ―reprocha―. Me golpeaste, porque lo estaba golpeando. Así fue que me gané esto, recuerdas ―señala la cicatriz en su ceja.

Es entonces que Lucerys mira en su dirección, a donde su dedo señala. El uniforme y el cabello revuelto le hacen ver mucho más joven de lo que es, más el niño que todos pretender ver la mayoría del tiempo. Así es como la culpa repta una vez más por su espalda, como un sudor frío que le habla de la inmadurez y el poco tacto que ha tenido para arrastrar a Lucerys tan lejos; trata de aminorar el sentimiento recordando la provocadora fotografía que obtuvo por error, pero su consciencia le recuerda lo patán que se comportó al respecto.

―Lo siento ―es lo que obtiene de Lucerys―, se supone que eres mi tío y que nos queremos, que estábamos arreglando las cosas. Uno no golpea a la gente que quiere.

No, por regla general se supone que el respeto físico es la base de cualquier relación humana. Ha golpeado a Aegon en distintas ocasiones, más un juego que un verdadero descargue de emociones y, aun así, nunca ha estado ni cerca de la desesperación que le provocan sus sobrinos, en especial Luke.

―Acepto tus disculpas ―es lo menos que puede hacer―. Pero no quiero ese sea un motivo para pensar que estoy siendo egoísta.

―¿Por qué estás eligiendo a tu familia? ―el tono no lo acusa, aunque encuentre pesar en él.

La mirada franca de Lucerys está empañada por las lágrimas, el verde en las hojas de los árboles es más brillante que el de sus pupilas. ¿Cuánto ha crecido en un par de meses? ¿Cómo le ha hecho esto? En su lectura culposa de la noche anterior, encontró los records de dos hermanos; Aenys y Maegor, que se enamoraron en medio de una de las primeras revueltas de la burguesía ponienti. Ambos eran hombres; Aenys era el mayor, más dado a la reflexión, intentó mantener una fachada por algún tiempo, casándose con una Velaryon, teniendo hijos con ella, pero al final sucumbiendo a los brazos de su hermano menor que, frustrado por su amor, había ido a pelear a la guerra, convirtiéndose en héroe y volviendo a casa con medallas y condecoraciones. Ambos se suicidaron poco después, anegados por el deseo de estar juntos, pero superados por lo que la sociedad esperaba de ellos (entonces la homosexualidad era un crimen imperdonable). Aemond no recuerda haber visto nada de ellos en los años que vivió en Rocadragón, salvo por una fotografía muy antigua de una familia: Un padre, una madre y dos niños; el mayor, de cinco años, está de pie al lado de su padre, mientras el menor descansa sobre el regazo de la madre. Esos niños habían crecido uno frente al otro, atados por la sangre y el apellido Targaryen, su necesidad de estar juntos los llevó a herirse y herir a otros, ¿se iba a permitir lo mismo?

IntimidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora