Lucerys II

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Caeré cegado cuando te vea

Y la pálida luz no me ayudará a entrar en razón

No puedo ni imaginar que no hay nadie alrededor

¿Cómo vivir hasta el amanecer?, nadie me lo dirá.

Eres más que el sol y más que una estrella lejana

En mi corazón hay una herida y una culpa

Zvezdy - Molchat Doma (Traducción aproximada propia)

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Asustado. No. Lucerys está expectante. Desde el día en que dejó esa misma sala de idiomas, con la promesa de ver a su tío de manera frecuente, no ha pensado claramente en nada más. Los ojos de Aemond, el cuerpo de Aemond, el olor de Aemond.

―Asustado de que, ¿de la verdad? ―reclama, porque se siente poderoso, imparable. La sangre pulula por sus venas como una corriente eléctrica―. Yo no hice nada. Solo envié una foto por error. Una... misera... foto. Y tú hiciste todo un problema de ello.

Aunque su tío usa la altura como manera de intimidarlo, no da un solo paso atrás. Si le van a responder con golpes, él puede hacerlo también; ha pasado meses entrenando por miedo a alguno de sus matones; ha derribado a Jacaerys de un solo golpe, puede contra Aemond sin ningún problema. Si algo ha aprendido Lucerys de todas las cosas horribles de los últimos años, es que quedarse callado no lo va a salvar del desastre, mucho menos cuando se trata de los sentimientos. Y de su familia.

―¿Yo hice un problema? ―aunque hay sarcasmo en la voz, las manos de Aemond tiemblan cuando toman su chaqueta―. ¿Sabes lo que significaría si...?

―¡Sí que lo sé! ―grita, porque no quiere verse arrastrado otra vez al ese momento en que Aemond lo culpabiliza por lo que siente―. ¿Sabes cuantas veces he escuchado que me llamen folla-hermanas? ¿O cómo fue soportar las preguntas sobre sí Aegon era hijo del tío Daemon por lo que dijeron en la prensa el año pasado?

Aemond vive tan alejado de todos ellos que se cree mejor, en posesión de una verdad que se les escapa. Cuando Aegon, su tío, había dicho que estaba haciendo carrera para ser septon, estaba siendo sincero. La moral castigadora de Aemond es la misma que los señala a todos. Luke la odia. Le han bastado un par de vistazos para encontrar de nuevo al niño con el que compartía golosinas en el sol ardiente del verano, entre cuevas marinas, empapados de agua y risas; al tío que lo defendía de los mayores, incluso si eso le costaba la amistad con los demás en casa; al enemigo con el que se había peleado hasta atentar su integridad, porque sus madres nunca habían podido resolver la traición de su adolescencia. Luke lo ha visto, lo ha tenido cerca y también ha presenciado su retirada, rehusar de lo que es natural para las personas. Si Aemond lo viese únicamente como su sobrino, el perdón, sin ser sencillo, sería menos condicionante. Su tío no le está permitiendo huir, pero tampoco asume lo que pasa y ha pasado entre ambos. Si nunca se hubiesen separado, ¿sería un proceso menos traumático decirle que todas sus fantasías infantiles y sus deseos adolescentes le pertenecen? ¿Habría menos miedo en la admisión obvia de que se gustan?

Aemond continúa sujetando su ropa, sus manos han dejado de temblar y, en cambio, sus ojos lilas registran su apariencia de arriba abajo. A Luke le agradan estos momentos en que puede estudiar el pronunciado arco de cupido en la boca de su tío, la manera en que se frunce cuando él no sabe qué decir, insuficiente para el reto que le espera.

―¿Y si sabes eso como te atreves a... sugerir algo más? ―es una inquietud importante. Lucerys mismo podría interrogarse al respecto.

―Eres tú quienes se ha leído cada libro en Rocadragón y quién se ha aprendido todo lo que queda de literatura valyria ―comenta, mientras toma entre sus manos aquellas que lo maltratan―. Dime, ¿te imaginas lo que sería una vida a disposición de lo que dirán los demás? No voy a ser mamá, ni mi padre y mucho menos el tío Daemon y la tía Laena viviendo del otro lado del mundo.

IntimidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora