Lucerys III

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La aldaba no sonaba cuando esclareció

Gemía y no podía y se reía el sol

Me tuve que beber la madrugada

Que todavía sigue desbocada

Trotando por mis venas como un percherón

Muchas lanzas ― Marea

✧✦✧

La libertad es una situación obtusa. Lucerys lo constata mientras viaja hacia su casa en compañía de Aemond; deciden tomar el transporte público cuando Jace no contesta la tercera llamada. Ambos se acurrucan en el fondo del autobús, observando a las personas ir y venir. Harrentown no es tan grande como otras ciudades y, los sectores más periféricos, como el barrio de Luke y el del colegio, no tienen un tráfico tan elevado, por lo que la vida de las personas se transparenta en sus rutinas.

Un hombre, con traje de oficina, está contestando una llamada donde aclara los horarios de sus citas y asistencias, es un abogado. Al lado, un chico, un poco descuidado, trabaja en un dibujo sin mirar a nadie. Una anciana, con su compra, vuelve a casa. Delante de ella, una pareja joven charla animada. La chica habla con entusiasmo sobre las vacaciones que vienen, el chico la mira casi sin parpadear, evitando perderse segundos de su existencia. Eso está bien. Está bien la libertad y el amor, solo sí son de un solo tipo. A su lado, Aemond, mantiene las manos dentro de su chaqueta oscura, con los auriculares puestos; no hay música, en realidad, lo hace para evadir a las personas del rededor. El propio Lucerys se siente incómodo con la concepción de que estas personas, sean quienes sean, pueden llevar libremente su vida a todas partes y ellos no.

Ellos están recluidos en un fragmento inusual del tiempo. La última vez que había ido con Aemond a cualquier sitio fue tres años atrás, cuando los enviaron a comprar algunas velas para una celebración religiosa. Su madre estaba enferma y los envió con su abuelo para descansar. No hablaron. Jace y Aegon intentaron hacer chistes para bajar la tensión, solo un año atrás había sido su pelea, pero el resultado había sido Aemond abandonado a Luke en medio de un estacionamiento en la noche.

Con once años, se sintió como un claro: No me importas y no eres mi familia.

Debería resentirlo.

A través de la ventana, los cúmulos de nubes altas esconden un sol de media tarde lleno de esplendor. Él, dentro del autobús, se siente en una pecera donde solo le es permitido un movimiento continuo e inmutable. Habían acordado que solo eran besos y Aemond ha dejado claro que no es algo así como su novio, sin embargo, la ilusión de que algo más ocurra y poder evidenciarlo ante todos no está fuera de sus deseos.

Quiere poder tomarle de la mano.

Al final. Dormita en la silla hasta llegar a su parada. Su tío no dice nada y lo sigue. Solo entonces se da cuenta de que Aemond nunca ha visto su casa, que desconoce por completo su vida fuera del colegio y de las escasas reuniones familiares. Caminan dos cuadras, pasando a varias vecinas mayores que lo saludan por su nombre y preguntan por el chico guapo que lo acompaña: "Mi tío Aemond" tiene que responder.

Dos de ellas le envían saludos a sus padres. ¿A cuáles? No está muy seguro, algunas de ellas creen que Laenor es su tío y otras que Harwin es solo el nuevo marido de su madre. Tampoco ha querido explicarles algo de su situación familiar.

Aemond no dice nada, hasta que le indica cuál es su casa.

―Vaya, siempre pensé que vivirían en una casa de jengibre ―comenta con sarcasmo.

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