Capítulo 18: ¿Sabe ella?

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Un bulto aplastandole el estómago la hizo quejarse en voz baja; además, la luz solar colandose por la ventana estaba taladrando sus párpados, dándole la razón perfecta para no abrirlos y musitar—. Buyo, mueve tu gordo trasero de mi estómago —. Al tiempo que sacaba el brazo por debajo del edredón y empujaba el peso fuera de su cuerpo.

Sin embargo, tan pronto intentó apartar lo que por la falta de pelaje y patitas mullidas no era su mascota, este "ser" se enroscó cual constrictor alrededor de su cintura, atrayendola al abrazo de unos fuertes biceps. Entonces abrió los ojos de forma cautelosa, intentando no quedarse ciega por la ráfaga de iluminación a su alrededor. Lo primero que vio fueron cabellos plateados enredados con su propia melena, además de medio brazo por debajo de su cabeza. Extendiéndose hacia el frente de ella.

Y lo recordó todo.

Cerró nuevamente los ojos para intentar tomar un respiro. Intentando mantener la cabeza serena incluso después de despertar abrazada al hijo de su jefa. No obstante, esa maldita luz estaba ahí para joderle el humor desde temprano. Luz que parecía no molestarle ni un poco a su acompañante.

¡Si estaba igual a una lapa de lo fuerte que le sostenía en brazos!

Se removió en esa prisión, como un tornillo para quedar de frente, con él dando una ligera sonrisa, apenas abriendo la rendija de sus párpados; demostrando que no estaba dormido en absoluto. Ella levantó el rostro para encararlo encontrándose con un par de pupilas color negro. Aunque tan pronto ella lo hizo, él volvió a apretar los ojos—. Buenos días —saludó él para irse por la tangente.

Quizá, para alguien que no supiera la verdad, hubiera sido extraño encontrarlo con un color de ojos diferentes al amanecer. Es decir, ella sabía que los orbes dorados de siempre no eran reales, al menos no en él. Su padre era un verdadero poseedor de pupilas ámbar, razón por la cual Izayoi había recibido demasiadas críticas al concebir a un bebé con rasgos que se parecían más a ella que a su esposo. Razón por la cual Inuyasha había sufrido cierta discriminación e intimidación una gran parte de su vida.

Sin querer despertar esa clase de atmósfera con preguntas sobre lo evidente, de nuevo empujó hacia sus pectorales haciendo de cuenta que no vio nada; exigiendo— ¿Me sueltas? La luz de la ventana me está dejando ciega —. Acto seguido, apretó uno de sus pezones.

Inuyasha gruñó levantando el brazo para tocar la zona dañada, aún negándose a abrir los ojos—. Tu fuiste la que quiso contemplar las luces nocturnas desde esta altura, te recuerdo —fingió ofenderse, conservando esa sonrisa encantadora. Kagome debía admitir que era una buena manera de despertar. Pero nada más.

La azabache se levantó, envolviendose con la sábana de la cama, acto que le costó bastante para sacarla debajo del albino; se dirigió descalza hasta cerrar la cortina, cuyo tono beige dejó suficiente luz para andar sin problemas—. Debiste mandarme al diablo si sabías que a esta hora el letrero de enfrente reflejaba como un espejo.

—No lo sabía. No había estado aquí en mucho tiempo.

Ella casi soltó un comentario por demás irrazonable. Si dijera "¿Qué, ha pasado mucho desde tu última conquista?" definitivamente le pondría ideas equivocadas en la cabeza. En su lugar, prefirió fingir ignorancia— ¿No es tu casa? No me digas que vinimos a tener sexo salvaje en la casa de uno de tus amigos, porque esto es demasiado para ser un hotel —bromeó.

—Es solo un alojamiento, no vivo aquí —respondió todavía tendido sobre la cama—. No me gustan los hoteles ni las casas prestadas —respondió, aprovechando que ella estaba distraída se levantó para dirigirse al sanitario. Cualquier cosa para evitar alguna pregunta referente a su color de ojos.

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