Capítulo 20: Oriole

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Hace once años, Bankotsu tuvo que elegir entre su única familia, su novia y su propia seguridad. No fue una decisión fácil.

—Vaya, parece que también ha salido adelante. Me alegro mucho por ustedes —comentó la chica—. No sabes cuanto envidio tanto a Renkotsu, tiene un hermano mayor en quien confiar.

De inmediato, él afianzó el agarre sobre la mano femenina—. Kag, ya que nos encontramos, puedes confiar en mí —ofreció desde el fondo de su corazón. No pudo hacer mucho en el pasado; más, ahora estaba dispuesto a cuidar a la hija del señor Higurashi por el resto de su vida, sin importar cuantos esfuerzos tomara.

Porque la amaba, porque se lo debía al hombre.

Una atmósfera extraña comenzó a formarse alrededor de la pareja. Kagome apenas detuvo su impulso de alejar la mano en cuanto la sujetó. Inquieta de que se saboteara a si misma gracias al puño apretado.

¿Confiar en él? No confiaba ni en su sombra la mayoría de veces. Además, aunque él no supiera que ella era consciente de su relación con Naraku Sata y que ese hombre fue el responsable de la muerte de su padre, los miles de pensamientos acerca del asunto no iban a desaparecer. Quiso reírse, de ella, de él, de la vida. Pero se conformó con permanecer en silencio.

—Con permiso —. Un mesero llegó en el momento adecuado para dejar sus platos, eliminando las expectativas en los ojos azules del muchacho.

—¿Por qué no comemos? Esto luce delicioso —incitó ella regresando el apretón de manos.

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Eran pasadas las doce de la noche cuando Renkotsu llegó al aeropuerto de Haneda, se estiró como un gato perezoso mientras esperaba que la banda transportadora trajera su maleta. Una vez obtenido el artefacto se encaminó a las salidas del edificio.

Renkotsu era un hombre en cierta medida taciturno. Su aspecto se había curtido gracias al trabajo rudo de un mecánico, además, apesar de su larga estadía en Hawái seguía teniendo la piel perfectamente blanca. Observó entre la multitud algún letrero con su nombre sin mucho éxito, no obstante, el movimiento fue suficiente para hacerlo percatarse de la presencia casi delante suyo. Una mujer alta y esbelta que empujaba una maleta plateada. Su caminar era un grito al mundo, del espíritu indómito dentro de ella.

Y si sus ojos no le mentían, se trataba de Sarah Kuwashima. La hija del conglomerado Yurio Kuwashima. Arrugó un poco las cejas. No tenía idea de que esta mujer también viajó a Japón.

Se encogió de hombros continuando con su busqueda hasta identificar al guardaespaldas de confianza de su hermano mayor. —Bienvenido, joven Renkotsu —saludaron con una reverencia ante él.

Tras sus palabras, el aludido le entregó el equipaje con desinterés. Lo dejó liderar el camino, preguntando— ¿Dónde está Bankotsu?

—El señor Hirashige se encuentra indispuesto. Me ha pedido que le de una disculpa de su parte.

Renkotsu no dijo nada más entretanto se dirigían al auto designado para el hombre. Se dejó caer en el cómodo asiento de atrás, sujetando la botella de agua preparada de ante mano en el porta vasos. Acto seguido, su guardaespaldas adoptó la posición del piloto, uniéndose al tráfico en pocos minutos. No obstante, el rumbo tomado no era el de su vivienda. Haciéndolo expresar su desconcierto— ¿A dónde vamos?

—Tengo órdenes de escoltarlo a una parada antes de llevarlo a casa. Por parte del señor Sata.

Ante la mención del apellido, Renkotsu no se atrevió a protestar. Aunque había tomado un vuelo de casi doce horas y estaba cansado, su jefe probablemente tenía algo urgente que atender. Sin remedio se preparó para descansar en el asiento cerrando los ojos. Más tarde, el vehículo finalmente aparcó en la calle de atrás a Classic Gentleman.

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