17: Sudadera y Secador

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Tardé más de lo normal en ducharme, Maddie había puesto música en el altavoz y nos habíamos entretenido cantando bajo el caliente agua. Todas habían salido ya de la ducha, Maddie y yo éramos las únicas que quedábamos en ellas y seguíamos chillando a todo pulmón, dándolo todo como si estuviéramos en un karaoke.

—¿Os queda mucho?— nos gritó Carmen desde fuera de las duchas.

—¡Unos cinco minutos!— le contestó a gritos Maddie.

Se oyó una pausa y una conversación que no pude llegar a oír, finalmente Carmen contestó:
—Las demás ya estamos vestidas y todo, nos vamos a ir yendo. Os esperamos en el hotel.

Habíamos perdido la noción del tiempo, mientras Maddie y yo cantábamos en las duchas, a las demás les había dado tiempo de: ducharse, prepararse, vestirse y calzarse.

—Somos un desastre— le dije a Maddie desde la ducha.

—Y que lo digas.

Los cinco minutos que le habíamos dicho a Carmen que íbamos a tardar, acabaron siendo diez. Salí de la ducha un par de minutos después de Maddie. Saqué la ropa de mi bolsa con la toalla aún enrollada alrededor de mi cuerpo.

Mierda.

Soy demasiado torpe.

Me había dejado la ropa de cambio en el hotel. Rebusqué en todos los bolsillos de mi bolsa intentando estar equivocada, pero mi ropa no apareció. Cómo hacía calor, no había venido con el chándal del equipo, sino con unas mallas cortas y la camiseta de entrenar.

—Tía, me he dejado la ropa en el hotel— dije con la esperanza de que Maddie tuviera alguna prenda de ropa de sobra.

—Joder, que desastre. Voy a ver si tengo yo algo— dijo rebuscando en su mochila. Un rato después sacó unos vaqueros azules rotos y me los dio —. Tengo esto.

—Gracias tía— dije mientras me los ponía —Sigo sin tener parte de arriba, ¿que hago? ¿salgo a la calle en sujetador?— dije con un tono sarcástico, estaba empezando a desesperarme.

—Tranquila, ya se nos ocurrirá algo, a una mala podemos llamar a alguna del hotel para que te traiga algo— me intentó tranquilizar mientras se vestía.

—Voy a ver si queda algún chico en el vestuario, igual tienen algo de sobra— me enrollé la toalla y me dirigí hacia la puerta. Estoy segura de que si alguien me hubiera visto por la calle con las pintas que llevaba, habría llamado a la policía. Llevaba la toalla enrollada por debajo de mis axilas, de la toalla sobresalían sobre mis hombros los tirantes de mi sujetador blanco, los pantalones azules de Maddie salían por debajo de ella y finalmente tenía en los pies unas chanclas naranjas fosforito. Parecía sacada del circo.

Entreabrí la puerta del vestuario asegurándome que no se me vieran las pintas que llevaba y asomé mi cabeza. Rodrigo estaba apoyado en la pared mirando el móvil. Llevaba puesta una sudadera negra, era mi salvación, él me la podría dejar.

—Rodrigo— le llamé. Él levantó la cabeza del móvil y se incorporó —. Déjame tú sudadera.

Él me miró confundido. Esperó unos segundos y preguntó con una sonrisa:

—¿Es para Maddie? Si la quiere solo tiene que pedírmela, no hace falta que mande a una paloma mensajera.

Rodeé los ojos y me preparé para contestarle, pero Maddie se me adelantó.

—¡Es para Livy, idiota!— gritó desde dentro del vestuario. Luego se acercó a la puerta y salió del vestuario para seguir hablando con él —. Livy es un desastre y no ha traído ropa de cambio.

Romance de VoleibolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora