• SAMANTHE •
El aire fresco chocando contra mi piel empezaba a arder en mis mejillas y orejas, como si el clima fuera el culpable de mis emociones internas.
El corazón me palpitaba con fuerza, y de cierta forma dolía tener que respirar tan rápido, pero no estaría en paz si volvía a la cama y me hundía en mis pensamientos.
No quería darle más vueltas a aquel rostro conocido que reapareció hace un par de días.No quería que cada que cerrara los ojos, mi cabeza se llenara de un recuerdo de esos que había olvidado hace mucho tiempo.
Simplemente no quería recordar nada, pero con los ojos abiertos o cerrados, no desaparecía, y me estaba hartando.
Todos esos momentos de mi adolescencia recreándose como una película en mi cabeza; yo rogando por un amor que me estaba abandonando, yo llorando todas las noches hasta no poder más, e incluso todo lo peor que vino después de que él se fue.
¿Cómo se atrevía a tan siquiera pronunciar mi nombre...?
Frené la rapidez de mis pies sobre la acera, provocando aquel ruido particular con la suela de mis tenis deportivos al golpear el cemento, y tuve que inclinar la mitad se mi cuerpo para recobrar el aire que me faltaba.
Mis manos sobre mis rodillas, y mi pecho hinchado era la parte que más odiaba de correr por las mañanas.
— Que linda señorita, dejándome dormido mientras huye de mi vigilancia— escuché la voz de mi hermano cerca, al momento en que percibí su presencia acomodándose a mi lado, de brazos cruzados, fingiendo molestia.
Pasé mi muñeca por mi nariz, limpiando un poco el escurrimiento nasal que empezaba a descender, y levanté más la barbilla para que se detuviera, aún agitada.
— Estás enferma, Samy, correr en el aire frío sólo empeorará la gripe y la tos.
— Si sudo, elimino toxinas y la enfermedad abandona más rápido mi cuerpo— le respondí poniéndome de pie, sintiendo mi columna acomodarse satisfactoriamente.
— Pero no estás sudando, estás helada— enunció acercándose para rodearme con sus brazos pesados y cubiertos con esa tela de lana color azul. No le importaba que estuviese sudada y él limpio, estaba segura que, si no fuera porque no podía quitárselo en el instante, me habría dado su suéter.
Seguí sus pasos hacia donde me llevaba; rumbo a mi departamento. Subimos varias escaleras en espiral, y aunque sentía las piernas como espaguetis, no me detuve hasta llegar.
Froy abrió mi puerta, y me hizo espacio para entrar yo primero. Mis cejas se juntaron un poco, pero no quise mirarle extrañada o con rareza.
¿Era mi imaginación o estaba comportándose más atento?
— Hice huevos y licuado, tienes que probarlo todo— anunció encargándose de cerrar la puerta, para después dirigirse a la cocina.
Definitvamente no era mi imaginación.
— No...— negué extrañada ahora sí, pero al ver su reacción preocupada me dí cuenta que no había respondido correctamente. — No, es decir, gracias, pero... si te soy honesta no tengo hambre, y quiero darme una ducha—.
ESTÁS LEYENDO
Tus Ojos En Mis Recuerdos
RomanceSegunda parte de "La ciencia de tu amor". Otra historia inconclusa firmada por el destino. Después de seis años desde la última vez que los ojos de ambos se vieron los unos a los otros, cargados de dolor y desilusión, tendrán la oportunidad de volv...