III.

233 38 1
                                    


El ánimo de Jimin estaba por los suelos desde que llegó del taller mecánico. De alguna forma se las había apañado para llegar a casa otra vez, hasta había memorizado el camino hasta el taller por si alguna vez tenía que volver a ir. Claro, a pie, porque por allí no pasaba un jodido taxi y no quería molestar a su querido amigo, quien además se llevaba la moto al trabajo cada día. Tal vez debería alquilar una bicicleta, pero no podía darse el lujo de despilfarrar el dinero en estos momentos.

Llegó a casa empapado como un perro callejero, por lo que lo primero que hizo fue darse una ducha caliente para volver a entibiar sus músculos. Se enfundó en el suéter de lana más grueso de su valija y se acurrucó en su sillón oliva favorito, justo frente al árbol de navidad, con Mandarina en su regazo y una acolchonada manta polar roja cubriéndolos.

Repartiendo caricias en sus orejitas, permaneció ahí toda la tarde hasta que oyó a su amigo volver a la hora del té, tocando la campanilla de la entrada para molestarlo.

—¡Jimin-ssi, estoy en casa! —vociferó dulcemente y luego olfateó el aire como un conejito—. ¿Por qué huele a mandarina? ¿Hiciste un pastel? ¡Quiero pastel!

Al no verlo en la cocina, Jungkook llegó corriendo hasta la sala de estar. La escena de entrada lo dejó pasmado. Su rubio amigo despendía un aura tan negativa y oscura que sintió que podría contagiarlo de sólo acercarse un paso más.

—¿Hyung? ¿Qué le sucedió a tu coche? No lo veo en la entrada. No me digas que... —dramatizó, llevando una mano a su boca—. ¿Murió?

Jungkook limpió falsas lágrimas en sus ojos, pero eso no había funcionado para hacer reír a su hyung. La situación era más grave de lo que imaginaba. Despacio, se acercó hasta empujar el cuerpo de Jimin al rincón del sillón y sin discreción alguna, invadió su espacio personal hasta que sus cuerpos se juntaron como uno solo, con la anaranjada felina en el medio.

—Jimin-ssi, puedes contarme lo que ha sucedido. Koo ya está aquí. ¿Quieres una taza de té caliente? —preguntó con su tersa voz, corriendo algunos mechones de cabello rubio.

Jimin negó con su cabeza, el puchero en sus labios acentuándose.

—¿Sabes algo, Koo? Cuando los inyectores se taponan y si la falta de limpieza persiste, el motor empieza a fallar. Si eso sucede, ¿sabes lo que le pasa al cigüeñal? Se rompe.

—Oh...

—¿Sabías que el servicio de los autos se hace a los cincuenta mil kilómetros? —continuó murmurando, fuera de sí.

—Hyung, hyung, respira conmigo...

—¿Sabes cuánto sale reparar un jodido cigüeñal? ¡Los dos ojos de la cara, así es! —comenzó a patalear en su lugar, sollozando entretanto.

—Pero... ¿Eso es lo que te dijo el señor Gyu? Estás jodido amigo, él nunca se equivoca con sus diagnósticos.

—No, él... Él falleció el año pasado, Jungkook. Su nieto es el que está atendiendo el taller ahora —sorbió su nariz.

Los ojos de su amigo brillaron en sus fóveas. Había trabajado un año entero con ese anciano y aun así nunca tuvo la decencia de volver a preguntar por él. El tiempo había hecho una de las jugadas más crueles que le podía hacer a los seres humanos. Se sintió culpable y deseó regresar el tiempo atrás, pero eso ya no era posible.

—Así que el viejo ya no está... Diablos, me siento una mierda de persona —Jungkook subió sus pies al sofá, abrazando sus rodillas.

—No es tu culpa, Koo. Realmente entiendo cómo te sientes, el mundo de los adultos apesta porque apenas tienes tiempo para los que quieres, o siquiera para pensar en ti mismo —Jimin lo abrazó como un koala, intentando transmitirle sus sentimientos—. Lo siento, Koo.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora