XXIII.

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Esa mañana, cuando Yoongi volvió a Daegu, las primeras nevadas se habían adelantado tiñendo el paisaje de un frío blanco. Empezaba a saturarse del helor de la nieve, de esa misma sensación golpeando la puerta que aunque él siempre ignoraría, no cambiaba con el tiempo. Jimin no regresó con él ya que al ser primero de enero pensó pasar unos días en lo de sus abuelos. Ambos acordaron que era muy pronto para intentar presentarlo, sólo llevaban un mes conociéndose, por lo que su camioneta se despidió en la ruta hasta el pueblo. Además, ninguno de los dos lo había dicho, pero sabían que tenían varios asuntos en los que pensar y era mejor hacerlo a la distancia. Tal vez la nieve le hubiera parecido hermosa de recibirla juntos, pero no había resultado como planearon.

Por eso al llegar encontró su taller cubierto de una capa blanca acumulada en los pasacalles y en el techo. Incluso las hojas de los árboles se habían congelado hasta caer aplastadas por el cemento, de ellas pronto sólo restarían ramas secas intentando sobrevivir al temporal. Yoongi no se molestó en llevar los bolsos de camping a su choza, tenía mucho trabajo para hacer después de tener el taller cerrado por una semana entera.

Se estacionó con esfuerzo y lo primero que hizo fue agarrar una pala del interior del taller para empezar a sacar la nieve que se había acumulado. No era demasiada, pero sí entorpecía y no podía trabajar de esa forma. Apostaba que llevaba nevando desde el día de ayer. La revelación de que si él no estaba aquí, el taller del viejo Gyu sólo era un pedazo de metal abandonado que terminaría cubierto entre la masa de hielo blanco, era algo desoladora.

No podía evitar que los malos recuerdos lo turbaran en este escenario sin color. La idea no sonaba tan mal cuando Jimin estaba a su lado, pero viéndose solo con una gran masa de nieve, sólo podía rememorar su tiempo. Aunque el sentimiento no se iría, tampoco podía prolongarlo. Tenía varios clientes que esperaban recibir sus coches estos días. Por eso se obligó a seguir retirando la nieve con la pala, sintiendo sus suelas hundiéndose y el frío traspasando hasta sus pies. Como hoy, la mayoría de las veces no tenía oportunidad de frenar en sus pensamientos.

Regresar se había sentido extraño, tal vez porque lo había hecho solo y eso le hacía pensar que en realidad, Jimin y él no eran tan diferentes. En el caso de Yoongi, él no sabía bien qué lo esperaba al llegar. En Seúl, Jimin solía decir que no tenía nada y que a menudo sentía que no estaba viviendo el mundo de la manera adecuada. No sabría decir si ese era precisamente su caso, porque lo esperaba el taller y sus recuerdos. Pero nunca pudo entender por qué aquel citadino creía tan inquebrantablemente que aquí, en Daegu, las cosas podían ser radicalmente distintas a la ciudad.

Era cierto que el estilo de vida pueblerino no era ni un tercio de lo acelerado que era en Seúl, pero todavía los dedos de las manos no le alcanzaban para contar las injusticias que ha visto, la sangre que se ha derramado en días como estos, con un suelo completamente blanco. Tal vez por su convencimiento Jimin lo hacía ver como si aquella fórmula, aquella que dice cómo es que se debe vivir el mundo, existiera y estuviera escondida en algún rincón de este lugar. Entre la tierra seca y las montañas altas. De ser así, Yoongi desearía que se lo hiciera saber. Porque también la ha perdido de vista.

Honestamente, era fiel creyente de que aquello que Jimin buscaba en realidad no existía en lo absoluto; ni en la ciudad, tampoco en el pueblo. Pero no era quién para decírselo. Él también odiaba la ciudad, aunque por otras razones, pero bajo ninguna circunstancia adoraría este lugar de la manera en la que el citadino lo hace. Tal vez, en su caso, sólo tenía una ajenidad generalizada a todo, lo cual tampoco era bueno.

Jimin debía darse cuenta por sí solo de lo que para él era correcto. Tampoco era nadie para darle enseñanzas de vida si, al igual que él, también seguía anclado a un lugar dañino. Tenían miedo de cambiar, de dejar atrás o de crecer. O, si lo pensaba más en profundidad, el miedo era a ser feliz.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora