XXII.

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Sus cuerpos se acoplaron y danzaron por el resto de la noche. Entre uno de los tantos cigarros después del placer, Min Yoongi le había confesado que no sólo era el primero que traía a su lugar especial luego de la muerte de su hermano, sino que también hace mucho no se enredaba con alguien entre sábanas.

Quizá tenía el título de ser el primero en muchas cosas, pero por un momento deseó que también le pidiera ser el último. Tal vez Jimin se estaba volviendo demasiado ambicioso a su lado, porque eso sólo lo diría el tiempo.

Pero ojalá, ojalá el tiempo estuviera a su favor por única vez en la vida. Ojalá con Min Yoongi el universo sólo tuviera para darle.

Aquellos pensamientos fueron callados a lo largo de la noche, sintiéndolo en su interior otra vez luego de una pausa para el cigarro. La leña todavía avivaba el fuego y Shilby dormía, ajeno a todo lo que estaba sucediendo. Tal vez la luna terminó de dar la vuelta al cielo, tal vez las estrellas más débiles finalmente lograron perecer; nada estaba importando lo suficiente. Afuera el frío de invierno era demoledor, pero dentro de la carpa naranja, bajo las sábanas blancas y la luz que los cubría, todo desbordaba de calidez.

Habían creado su propio mundo esa noche, uno del cual no querían huir luego de conocerlo. De fondo sonaba algún rock & roll de esa vieja radio que casi no agarraba señal y la noche continuaba con sus cuerpos unidos, armónicos, bajo la lluvia de sollozos y gemidos que se perdía en la inmensidad del monte abierto.

Y Jimin pensó que quizás el amor debía sentirse así de espontáneo, bajo esa forma que todo tomaba alrededor cuando Yoongi estaba ahí.

Y pensó que estaba amándolo más rápido de lo que alguna vez había hecho, no sólo cuando él estaba entre sus piernas, navegando entre mundos que sólo creía existentes en sus fantasías. Sino que también, Min Yoongi empezaba a ser especial cuando pasaba desapercibido.

Era conflictivo, porque de ese modo no necesitaba romantizar lo absurdo, ni regalarle flores o cantarle serenatas bajo la luz de la luna. Bastaba con únicamente ser él mismo, y eso también significaba que Jimin no tenía escapatoria alguna.

Esa vez Yoongi estaba de espaldas al colchón, con su cuerpo recostado y Jimin subiendo y bajando lentamente, su piel brillando por el fuego a lo lejos. Las manos del pálido se aferraban con fuerza en sus caderas, ayudándolo en el vaivén. Desde arriba podía ver su pecho agitarse al respirar con fuerza con ligeras gotas de sudor que lo volvían brillante; también la manera en la que mordía su labio con un desastre naciendo en sus cabellos. Las mejillas sonrojadas por el esfuerzo y el reciente orgasmo se leía en sus ojos negros.

—Joder... Tus caderas se mueven tan bien —gimió el mayor, separando los glúteos que saltaban sobre su miembro.

Jimin acarició el torso húmedo y cálido, salpicado de lunares como estrellas. Los gemidos se escapaban de su boca antes de que pudiera evitarlo. El placer lo sumergía en una marea de la que no quería regresar, sino ir más profundo. Los saltos sobre Yoongi se hicieron más rápidos intensificando las corrientes de placer, pero pronto ansió lo físicamente imposible.

—Más... Más, Yoongi —rogó inestable, desarmándose sobre él.

Jimin cayó, abrazando su cuerpo y besando su boca desesperadamente. Las lenguas danzaron por un largo tiempo, llenando sus labios de saliva y gemidos que se ahogaban al final. Cuando Yoongi ya no pudo dilatarlo más, lo tomó de las caderas con rudeza y comenzó a embestirlo enérgicamente.

Los sonidos sucios invadían el ambiente por sus pieles chocando con brutalidad.

—¡Yoongi! ¡Y-Yoongi! —gritó cuando él halló su punto dulce, sin grandes dificultades, atacando una y otra, y otra vez con sus embestidas.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora