XXIV.

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Hace una semana que Jimin estaba conviviendo en el campo de sus abuelos y todo se sentía liviano desde entonces, como si el mundo entrara en una especie de pausa cada vez que su abuela lo miraba cocinar con una sonrisa orgullosa o el abuelo le mostraba satisfecho una de sus nuevas creaciones de madera. Entonces sus propias cargas también eran dejadas atrás; por primera vez, decía no tener tiempo para ellas.

La mayoría de las veces cuando sentía este tipo de paz, también llegaba una profunda desconfianza. Desde hace años, lo normal era convencerse de que la vida se trataba de constantemente sortear obstáculos. Pero también debía aprender a estar en paz consigo mismo y eso implicaba poder dejar de pensar en ciertas cosas y poder pensar en muchas otras al mismo tiempo, como el perfume particular que regaban las flores al mezclarse con el agua congelada y el trigo escarchado; los hermosos paisajes que podía ver desde el primer momento que abría sus ojos hasta el momento de ir a la cama, con la luna pendiendo luz en sus sueños.

Era la casa de su infancia. Estaba de regreso al lugar donde todo había comenzado, como siempre que las personas perdían su camino. Entonces era normal que los recuerdos oscilaran como las motas de polvo que ondularon en el aire cuando volvió a abrir aquella pesada puerta blanca que era su habitación. Casi se asfixió al respirar el ambiente empolvado, era similar a abrir una caja del tiempo luego de años enterrada metros bajo tierra, y sintió el vértigo cuando pudo ver a su viejo yo a los ojos.

De todas formas, era peor convivir en la misma habitación que Min Yoongi y sus excesos de humo. Limpiarlo no fue complicado, sus abuelos lo hacían al menos una vez al mes, pero esa puerta no se abría hace tanto tiempo, tantos años, que eso resultó ser lo más difícil. Podía sentir los recuerdos como una pequeña mancha de humedad en la punta de su nariz. También, una suave mariposa se posaba entre sus dedos cuando acariciaba los bordes blancos de la ventana, con la pintura agrietada y esas manillas de acero desgastado que chirriaban al abrir, tenía que usar bastante fuerza.

Pero todavía pensaba que probar la cama sería lo más delicado. ¿No volvería a ser un niño cuando volviera a despertar? Jimin rio por sus tontas ocurrencias. Al final, lograr conciliar el sueño fue de sus menores preocupaciones, porque el día allí era sumamente largo a pesar de que anocheciera a las cinco y media de la tarde y amaneciera casi a las ocho del día siguiente.

Y si creyó que empezaba a comer bien desde hace un mes, es porque definitivamente no pasó por la cocina de la abuela. Amaba los fideos instantáneos, pero no había nada comparable a las sopas caseras y nutritivas.

Cuando al segundo día tras despedirse del mecánico, Jimin abrió las ventanas, encontró un paisaje color blanco que hizo temblar su corazón. Primero fue la belleza del campo cubierto de nieve; luego fue salir corriendo a avisarle a la abuela que las cosechas morirían por la época. Posteriormente, comprobó que las cosechas principales estaban en un invernadero desde ayer, que la escarcha anticipó las primeras nevadas. Algunas flores morirían, pero era parte del ciclo de la vida, renacerían en primavera. Rosales se habían congelado, plantas de lavanda y los pastizales de trigo. Las flores favoritas de la abuela estaban bajo el techo de la entrada, una lámina transparente que impedía que la nieve se acumulara en la puerta de la casa. Desde la ventana de la sala podía ver el ligero halo de luz que las mantenía vivas, como un respiro entre tanto blanco brillaban los rosados pétalos de los rododendros, las margaritas blancas que se camuflaban con la penumbra fría y aquellas hortensias de invierno lila.

Jimin respiró el aire frío aguando su nariz. Podía admirar los paisajes que sus abuelos tanto cuidaban por días enteros. Era precioso para retratarse con palabras, por eso podía sentirlo en todo el cuerpo sin razón, como cuando Yoongi y él se miraban.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora