Varonil. A Jimin, quien en realidad sólo le simpatizaba el aroma de las flores, sus últimos pensamientos le resultaban algo fuera de lugar. Esas orejas libres de perforaciones, los dedos libres de anillos y cualquier joyería plateada; el aliento a menta camuflada por el tabaco amargo y todo eso que lo volvía un completo opuesto a él. Desagradable, vulgar pero extrañamente suave.
¿Quién en su sano juicio permitiría arreglar algo gratuitamente? Sin quererlo se había vuelto su pasatiempo favorito. Adoraba molestarlo.
Cuando en el taller él le decía que no tocara nada, pero simplemente no podía evitarlo. Quería llamar su atención, quería que lo mirara. Las herramientas caían al suelo, una tras otra, perdiendo el tiempo. Quería comprobar cuán rugosas eran sus manos, cuán huesudos sus hombros o qué tan espesos podían sentirse esos gruesos cabellos suyos al tacto, tal vez un poco sucios de polvo pero no importaba, para Jimin él siempre olía bien, olía varonil, olía diferente y le atraía mucho.
Quizá porque él representaba la esencia que había perdido hace tiempo y cuando lo veía era como si pudiera delinearla con sus dedos, los ojos cerrados y de pronto el ansiado reencuentro consigo mismo. Cuando todavía tenía sueños, cuando ser adulto no era ponerse una máscara diferente cada día, un traje pesado de sobrellevar, sino una ilusión o ensueño. Pero de pronto esa luz al final del túnel se volvió tan grande que encegueció y todo lo que alguna vez soñó se convirtió en su pesadilla. Porque el mundo te daba tanto como te quitaba, pero eso no estaba en ningún manual de instrucciones.
De nuevo se preguntaría: ¿lo dejaría así; así de desarmado, después de haberlo destartalado sin siquiera advertirlo o, por el contrario, atinaría a arreglar el desastre de piezas en que lo había convertido? Parecía que cada día algo nuevo se salía de su lugar, algo que ni siquiera conocía como propio porque cuando estaba entero, cuando era unidad, no era consciente de sus partes.
Y cuando ese día él lo invitó a una cita formal, sólo pudo sentir que los tornillos caían al suelo como gotas pesadas.
—Creí que ya habíamos tenido varias salidas antes, Yoongi —rebatió nervioso, cambiando el auricular de lado.
—En ningún momento te invité a una cita. Repetiré tus propias palabras, lindura. Sólo salidas normales. Te dije que mis intenciones eran diferentes contigo. Bien, este es el momento en que lo tomas o lo dejas, así de sencillo —determinó la grave voz, oyéndose algo robótica por la señal que empezaba a fallar.
Jimin respiró profundamente.
—De acuerdo, pero no pasará más que una cita.
—Paso por ti a las nueve —dijo y colgó la llamada.
No más salidas normales. Eso lo volvía algo peligroso, pero estaba dispuesto a tomar el riesgo. Sentía que el mecánico tenía las respuestas que estaba buscando, quizás él mismo era una especie de epifanía en su vida. Si no estaba roto, sino destartalado, eso significaba que todavía podía tener arreglo.
En ningún momento esperó que la definición de cita para Min Yoongi fuera esta. Se había arreglado para salir al centro, quizá lo más viable era tener una cena como Jungkook tendría con Taehyung esa noche; por tal motivo había optado por sus ropas citadinas de noche y un maquillaje cargado. No obstante, al abrir la puerta a las nueve y media pasadas, porque Min Yoongi al parecer no era puntual, encontró una escena que no había esperado bajo ningún punto.
El hombre tenía en sus manos varias bolsas plásticas con comida dentro. El viento de la motocicleta había despeinado sus cabellos azabaches y gris, pero parecía sortearlo bien con esa chaqueta de cuero roja como la sangre y sus borcegos ahora de marrón oscuro, lustrados o quizá pulcros por la ligera llovizna de invierno. Rastreó unos pantalones tejanos en azul lavado y un par de anillos en sus falanges finos, así como dos argollas de plata en sus lóbulos que brillaban inmaculadas y se batían con el viento.
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𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)
FanfictionLuego de una serie de desafortunados eventos, e inmerso en un pueblo que ya no conoce, Park Jimin se ve obligado a ir al taller del viejo Gyu a arreglar su citadino coche. Una herramienta que se cae al suelo y entonces levanta la vista. El taller pa...