XXVI.

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Min Yoongi no estaba acostumbrado a ser la primera opción de alguien más, por lo que aún lo descolocaban algunas acciones de Jimin. Especialmente el hecho de que aunque había visto sus cicatrices, ese dolor profundo que cambia de tonalidades todo el tiempo y se arraiga más con los años; incluso así, Jimin decidió permanecer a su lado.

Era en momentos como esos que Jimin se le aparecía como un grácil girasol al viento, meciéndose bajo el cielo despejado de primavera. Una flor delicada que carecía de espinas que pudieran lastimarlo. Y aunque él no lo supiera, tampoco tenía la capacidad de lastimarse a sí mismo, ni sus preciosos pétalos ámbar. Poseía una belleza que persistía con una fuerza dorada y vibraba bajo los débiles rayos del invierno. Que se arrullaba en el silencio incluso si con sus miedos llegaba el paisaje plomo, aquel en el que Yoongi más se reconocía.

Por un momento, tuvo miedo de saberlo. Creyó que él no se quedaría a su lado, porque así como las estaciones cambian cada año, las personas también se esfuman cuando una nueva temporada arriba. ¿No era eso algo extraño? Tenía la sutil corazonada o presentimiento que pocas veces llenaba su corazón, algo cercano a la esperanza: el amor podía ser inestable, de bordes suaves dulces, pero contrario a lo que esperaba, allí no había un profundo amargor en su interior.

De vez en cuando, Yoongi ansiaba huir lejos. A ese mundo monocromo que había llegado a instalarse en sus fóveas todo este tiempo, al que irremediablemente se había acostumbrado. Porque descolocaba la facilidad con la que el mundo había cambiado desde que Jimin llegó a su vida y los colores lo invadieron todo como tibios suspiros. Quizá por ese afán realmente no creía merecer ser mirado de esa forma, como si algo en él valiera la pena, como si el entendimiento cabal de lo que la palabra amor significaba estuviera justo allí, en sus pasmados ojos negros y el cuerpo que estaba frío, siempre frío, necesitado de huesos que nadaran en volutas de humo.

No importaba si tenía que armarse, ropa por ropa, frente al espejo opaco de su cuarto de baño antes de iniciar el alba para poder resistir esa imagen que él había creado y llevaba su nombre. Jimin estaba allí y lo miraba, lo miraba siempre como si fuera suficiente, incluso aunque ya no hubiera un bosque verde que entregar en su corazón, desforestado de cenizas ambarinas que refluían con más fuerza cuando el ambiente estaba oscuro.

Pese a que no tenía nada que lo volviera capaz de amar a alguien más, supo esa mañana que la fuerza de sus sentimientos no podía ser efímero, ni parte del tiempo. Creyó que finalmente había sido capaz de entibiarse, y no era un desatino decirlo. Todo esto, ellos dos, repentinamente valía la pena.

Porque si de pronto volvía a perder el rumbo o terminaría volviéndose un mínimo error, una partícula en el aire, de igual manera se deslizaría despacio a quitar aquellos mechones rebeldes de su frente cuando, luego de regresar del campo de sus abuelos y arribar a su choza, Jimin soltó un suspiro cansado.

Deseó que pudiera entenderlo en ese momento, pero resultaba demasiado ambicioso de su parte. Por primera vez, Yoongi estaba invitando a alguien a su hogar. No podía ser otro sino él, que entendía exactamente lo que tenía para darle.

—Déjame ayudarte con alguna mochila, Yoonie —se apresuró el rubio, intentando tomar una de las dos que su mayor llevaba.

—No es necesario. Las dejaré aquí —las arrojó a su duro sillón—. Lamento el aspecto de mi choza. Si preguntas por Shilby, fue a dar un paseo con Hoseok.

Le había prometido al castaño, quien se autoproclamaba el tío de Shilby, que le prestaría a su mascota por unas horas. No se sentía muy contento con la idea, pero como no había estado presente para darle el paseo matutino creyó que podría tener al menos una buena acción. Ellos dos se llevaban bastante bien, en realidad su mascota parecía preferir a cualquiera más que a su huraño dueño que no le dejaba orinar los postes de luz.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora