XXI.

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Cuando el reloj osciló cerca de las once de la noche, cansados del viaje y del esfuerzo del día, ambos se fueron a acostar dentro de la carpa. La fogata todavía seguía encendida consumiéndose en sus brasas, lo suficiente estable para durar las horas restantes hasta el amanecer. Shilby, tal como le había dicho, rehuía a los espacios cerrados por lo que prefirió dormir afuera.

El colchón inflable era doble, ligeramente duro y lo suficiente amplio para que sus cuerpos no se tocaran. Y aunque esta era la primera vez que dormían juntos, eso no se sentía así en lo absoluto. Jimin estaba incómodo de dar tantas vueltas en el colchón. La tela de la carpa estaba cerrada, aunque no del todo, por lo que podía ver la luz de la luna y las estrellas colarse entre sus pies. Gruesas y oscuras colchas los cubrían del frío, pero a Jimin la lana le molestaba y su espalda no lograba acomodarse a la dureza del colchón.

A su costado izquierdo, Yoongi dormía plácidamente dándole la espalda. Se había quitado la capa y el suéter, quedando en una simple camisa negra manga larga. A pesar de las temperaturas mínimas, Jimin sentía calor y de pronto el sueño se había esfumado de su cuerpo.

¿Es así como todo terminaría? ¿Él ni siquiera lo abrazaría en su pecho? Min Yoongi tenía un sueño pesado, podía oír su respiración acompasada. Él cayó dormido apenas tocó el colchón. Lo envidiaba y admiraba en igual medida, porque Jimin ni siquiera podía cerrar sus ojos sin que las imágenes lo invadieran. Quizá Yoongi realmente estaba cansado, pero no podría permitir algo como esto. Si pensaba darle la espalda toda la noche, estaba desde ya equivocado.

—Yoongi hyung... ¿Estás durmiendo? —murmuró, dándose la vuelta en la cama otra vez.

Al parecer a Yoongi no le molestaba que girara sin parar de un lado a otro. Podía ver su mullet oscuro con ligeras ondas por el gorro que aplastó su cabello durante el día, cayendo en su nuca blanca y los amplios hombros continuándose hacia su cintura. La espalda lucía fuerte y alumbrada bajo la luz de las estrellas como si pequeñas velas blancas se derritieran sobre él.

—Yoonie... —volvió a quejarse, un poco más alto.

El hombre emitió un sonido ronco, quebrándose en el aire. La silueta era endemoniadamente bella, pero el paisaje pronto se había fragmentado cuando Yoongi se dio vuelta hacia él. Tenía todavía sus ojos cerrados y la mejilla ligeramente aplastada por la almohada.

—¿Qué pasa, Jimin-ah? —habló con grave voz.

—¿Por qué ni siquiera me tocas? Estamos solos... Pero pareces satisfecho dándome la espalda hace una hora.

Yoongi se obligó a abrir sus ojos, tan negros y hermosos como la luna llena. Lo miró con parsimonia, analizando lo que había recibido de sus labios. Su piel lucía blanca bajo la oscuridad del cielo.

—Me pediste que fuera un caballero contigo. Si llegara a intentar tocarte en una situación como esta, estando solos en medio del campo, ¿no crees que podría verse de mala manera? —respondió, ya totalmente despierto.

—Pues no me importa. ¿No es suficiente ya? —hizo una mueca lastimosa, dejando que su nariz adquiriera un rosado color bajo la noche.

Yoongi alzó sus cejas, sorprendido. Luego, de a poco, sus labios dibujaron una sonrisa ladina que dio paso a un riso.

—Ah, Jimin... ¿Estás jugando con fuego?

El rubio abrió sus ojos sorprendido cuando sintió la mano del mayor jugar con el borde de su camiseta desde la punta. Fue como si un escalofrío electrificara aquella zona de su cuerpo, a la altura de su cadera.

—Tú incendiaste el fuego primero —reclamó.

—Entonces, me pregunto quién arderá primero —sonrió, curioso—. No pienses que de todas formas podría ser un caballero contigo por mucho tiempo. No soy esa clase de hombre por mucho que lo intente.

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora