VI.

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Esperaba que lo llevara a algún antro de mala muerte con hedor a ron barato, pero se llevó una gran sorpresa cuando el hombre estacionó en un pequeño pueblo que jamás había visto. Lucía más bien como una aldea, serpenteante de vida a pesar de que el sol ya hubiera dejado su paso a la luna. Parecía estar celebrándose un festival, pues los pasillos de arenilla estaban iluminados por faroles chinos amarillos que colgaban circundantes como las luces de un árbol navideño. Las tiendas eran montadas en carpas luminosas, tan cercanas entre sí que no podía reconocer cuándo iniciaba una y terminaba la otra. Tal vez por eso los colores brillaban tanta vida a la distancia, enmarcándose bajo un cielo de profundo índigo en el que a las seis en punto, apenas estaban titilando las primeras estrellas.

—Yoongi... ¿Cómo ha sabido de esta aldea? —boqueó sin ocultar su asombro.

Se habían detenido en la entrada un momento, puesto que Jimin estaba demasiado maravillado en su entorno como para moverse. La pequeña villa estaba rodeada de altas montañas amarronadas que surcaban el cielo, un encanto propio de Daegu. En tan sólo unas semanas sus cúspides se tornarían blancas por la nieve, cubriendo todo rastro de naranja y verde.

—Se podría decir que crecí aquí gran parte de mi adolescencia —le confesó, encogiéndose de hombros.

A pesar de su naturaleza impasible, podía distinguir un brillo de emoción en el pálido mecánico. Él se veía feliz de estar ahí en este momento y Jimin se contagió en seguida, pensando cuánto se hubiera arrepentido de no haberlo acompañado. Sobre ellos la media luna relucía plateada, refulgente, como si regara su brillo en los jóvenes de cantarinas risas y los ancianos que terminaban de montar sus tiendas. El ambiente era tan alegre que podía sentirse en primavera, incluso aunque allí la ventisca aplastara sus huesos gélidos y todos estuvieran enfundados en sus bufandas, gorros y abrigos.

—¿Cómo es eso posible? Creí que había vivido en Daegu siempre —curioseó, frotando sus manitas entre sí para entrar en calor.

Desearía haber traído algo más que esa tonta capa elegante. Su pecho estaba descubierto y por él atacaba el frío sin piedad alguna. Por mutuo acuerdo, comenzaron a caminar, observando las tiendas montadas; algunas vendían comida local pero la mayoría presentaba juegos para niños o adultos y venta de productos artesanales como miel, lana o pulseras bordadas a mano.

—Aunque no lo creas, esto sigue siendo parte de Daegu. Cuando mi abuelo no podía cuidarme, me traía a esta aldea con la noona. Ella debe estar por aquí —Yoongi alzó su cabeza, como si buscara una persona o lugar en específico—. Ah, se pondrá demasiado empalagosa de verme. ¿Quieres venir?

—Claro, me encantaría conocerla —se sonrió tímido, mirando detenidamente una pulsera que le había llamado la atención.

De pronto sintió el fuerte brazo de Yoongi rodear su cintura y atraerlo a su cuerpo. Se sobresaltó cuando el contacto se sintió cálido, contrastante con el aire frío, tan estimulante que ansió la cercanía por un débil momento, no permitiéndose alejarse.

—Estás frío, acércate más —lo sostuvo con fuerza—. ¿Crees que vamos muy rápido, lindura?

Caminar de ese modo era incómodo, por lo que Jimin tuvo que pasar el brazo por su espalda ancha y estacionarse en su cintura. De ese modo estaba un poco más caliente y no era tan molesto al caminar. El abdomen del mecánico se sentía un poco más formado que el suyo, la silueta era fornida y repentinamente sintió vergüenza de tocarlo tanto, a pesar de que fuera sobre la ropa.

—¿M-Muy rápido? No lo entiendo.

—Apenas nos conocimos hace un día y ya te traje a este lugar. Te presentaré a mi noona en unos momentos. ¿No te sientes incómodo con eso?

𝗘𝗹 𝗺𝗲𝗰𝗮𝗻𝗶𝗰𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗮𝗿𝗿𝗲𝗴𝗹𝗮 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻𝗲𝘀 (𝗬.𝗠)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora