XXXIV

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Solo debo hacer una vuelta con las llaves en la cerradura. Hay gente en casa, y definitivamente me gustaría que ahora no hubiese nadie. Así que al entrar cierro rápidamente y cruzo corriendo el pasillo para encerrarme en mi cuarto. Sin dar tiempo a quien sea que esté en el piso para preguntar cualquier cosa, me desnudo, me ato el albornoz y escondo la bolsa de deporte en el armario.

Ya me encargaré de eso después.

Salgo de nuevo al pasillo y pego un grito para evitar que nadie me hable.

—¡Voy a ducharme!

Cierro la puerta con un golpe y me apresuro a sacarme todo el sudor. ¿El olor a pista de vóleibol existe? No importa, parece que me va a dar un patatús por la adrenalina que sigo teniendo en mi cuerpo. El agua caliente toca mi piel y me relaja los músculos, y mientras recuerdo cómo me he movido por el campo, cómo me he tirado, he saltado y he pegado con todas mis fuerzas, sonrío.

Y no hay nadie que vea esta sonrisa.

No es una acción que yo esté haciendo para contentar a alguien, para mostrarles mis sentimientos, intentando hacerles entender que estoy bien.

No.

Esta sonrisa es mía, solamente para mí.

Me envuelvo con la toalla al terminar y me quedo unos minutos sentada en la taza del váter, viendo el vapor de la ducha surfeando las luces, me gusta poder mirarlo, poder saber que existe. Me quedo sentada ahí hasta que mi cuerpo está seco y me pongo de pie para terminar de prepararme para salir del baño. El albornoz vuelve a cubrir mi cuerpo y camino por el pasillo para entrar a mi cuarto.

—Brie —Alguien dice detrás de mí, y me giro—. ¿Te parece si hablamos? —pregunta con las manos en los bolsillos Darren.

—Claro —asiento con la cabeza—. Deja que me vista y hablamos.

—Perfecto.

Me visto mucho más rápido de lo que normalmente hago, supongo que porque hace días que Darren y yo no hablamos en mi cuarto. Así que, cuando termino de atarme el pelo aún un poco húmedo en una trenza, abro la puerta y lo veo ahí, esperando. Me pongo a un lado y dejo que pase, rozándome un poco el brazo con su piel caliente. Va directamente a donde siempre, se tumba en la cama y yo cierro la puerta aunque ya no haya nadie más en casa. Supongo que es la costumbre, no sé, me gusta tener todas las puertas y armarios cerrados. Me acerco con tranquilidad hacia el colchón y mi amigo da unas palmadas en este, indicando mi lado. No titubeo, me estiro y noto cómo toda mi espalda se vuelve a relajar. El techo es blanco, no tiene nada de especial, pero no es en el techo en lo que mi cabeza está concentrada.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Creo que esta vez debería preguntártelo yo —digo en voz baja.

—¿Por?

—Eres tú el que ha venido a por mí. Así que supongo que algo ronda por tu cabeza.

—Lo cierto es que no.

—¿Entonces? —giro la cabeza para mirar su perfil, sin embargo, sus ojos ya estaban observándome de antes sin yo darme cuenta.

—No sé. Solamente quería pasar un rato contigo.

—Pasamos tiempo juntos constantemente —alzo las cejas.

—Pero con los otros —apunta él.

—Lo sé —digo.

—Quiero pasar tiempo contigo —explica—. A solas. Echaba de menos estar en tu cama hablando, aunque solo haya sido por una semana.

Las vacaciones de Pascua ya han terminado, y aunque ha sido una semana en la que he agradecido poder ver a Molly y a mamá, también lo he he echado de menos.

Cállame con besos [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora