XXXII.

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FUTURO EN EL PASADO

XXXII.

Mientras Kikyo observaba a Inuyasha no podía dejar de sentirse intranquila, sentía que Inuyasha pensaba en algo más, en alguien más, en Kagome más exactamente, sabía que él terminaría recordándola, aunque claro, esperaba que para ese entonces él estuviese completamente enamorado de ella, que no tuviera motivos para dejarla. Se suponía que tenía más tiempo, pero quizá había subestimado el lazo que unía a aquella mujer y a Inuyasha, tenía que apresurarse con sus planes, si es que esperaba que funcionaran.

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Sesshomaru venía de regreso a donde estaba Kagome y aquel monje, al verlo, Kagome notó que algo andaba mal, su semblante, aunque tranquilo, podía notarse un tanto desconcertado.

—No hay nadie —Sesshomaru estaba absorto en sus pensamientos cuando escuchó aquel leve quejido por parte de la sacerdotisa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Miroku volteando a verla también.

—No es nada —negó con la cabeza, aquel no le parecía el momento más oportuno para quejarse de su hombro malherido.

Sesshomaru se quedó observándola un instante, pero no dijo ni hizo nada tampoco. El monje se limitó a creer en Kagome, aunque sabía que quizá se trataba de su hombro, pero en aquel momento por muy egoísta que sonase, la verdad era que no podía pensar en nadie más que en Sango.

—¿Cómo es posible que no haya nadie? —preguntó Miroku sin entender nada—, ¿fue la explosión? Acaso... acaso —tomó valor para preguntar— ¿no quedó nada de sus cuerpos? —soltó al fin sintiendo unas terribles ganas de volver el estómago.

Kagome no estaba segura de qué responderle, miró a Sesshomaru esperando alguna respuesta, alguna señal, al mismo tiempo sabía que debía decirle a Miroku que Sango había muerto, que era probable que no pudiesen revivirla, no sin saber en dónde se encontraba su cuerpo o si quiera si aún había un cuerpo que encontrar. Volvió a ver a Sesshomaru esperando algo, cualquier cosa.

—No hay señales de ninguna explosión... simplemente no hay nada —dijo sin creérselo tampoco.

Miroku se quedó callado, aunque no lo dejaba del todo tranquilo aquello, al menos parecía que la desaparición de Sango se debía a algo más. Kagome lo observaba, no quería quitarle el poco alivio que había encontrado en las palabras de Sesshomaru, pero sabía que debía saber la verdad, debía comenzar a hacerse a la idea de que quizá no volvería a ver a Sango.

—Miroku... yo —Kagome comenzó a hablar y pudo ver claramente cómo Miroku comenzaba a negar suavemente con la cabeza—, lo siento pero

—No, no —negaba con la cabeza, cerrándose a la idea de que algo peor hubiese ocurrido—, no lo digas, no digas eso —rogó Miroku, presintiendo lo que Kagome tenía para decirle.

—Lo siento —dijo Kagome con un nudo en la garganta que le dolía como el demonio, tenía que decírselo—, Sango... Sango está —una lágrima surcó su rostro, se mordió el labio y se tragó su llanto—, Sango murió —finalizó con la voz quebrada mientras las lágrimas no cesaban de derramarse de sus ojos. Kagome pudo ver cómo se le destrozaba el alma a Miroku, aquella mirada no la olvidaría nunca, estaba segura.

Miroku cerró los ojos incapaz de seguir de pie, sentía que flotaba, como que su cuerpo hubiese desaparecido, su cabeza parecía flotar, su cerebro estaba fuera de su cuerpo, sus ojos veían todo desde afuera, su corazón latía tan fuerte que le palpitaban los ojos, no, se negaba a creer que aquello que le había dicho Kagome era verdad. Pero luego se daba cuenta que era muy posible, quizá desde aquel momento en que había entrado a verla, sí, desde aquel momento sabía que no volvería a verla, no volvería a verla sonreír, no volvería a abrazarla... un nudo en el pecho le impedía respirar.

Todo, todo era demasiado para Miroku, no podía seguir ahí, no quería, no quería seguir pisando aquel piso, no quería seguir respirando aquel oxígeno, no aguantaba las ganas de vomitar, las ganas de querer arrancarse el cabello y de arrancarse la cara, sentía tal necesidad de hacer algo que no sabía qué hacer.

Kagome alcanzó a ver, en medio de la cortina de sus lágrimas, a Miroku salir corriendo de la casa, tan rápido que parecía que se tropezaría en cualquier momento, no dijo nada, no era necesario, ella podía ver que le había arruinado la vida con lo que le había dicho. Suspiró abatida, se secó las lágrimas, y tragó su tristeza, comenzaba a avanzar hacia la salida cuando sintió una mano deteniéndola, cuando volteó a ver se encontró con Sesshomaru, el youkai la veía de una forma que la hacía ponerse nerviosa, aunque no quisiera admitirlo.

En medio de aquel nerviosismo, intentó levantar el brazo lastimado para quitarse el flequillo de la frente, causándole gran dolor y haciéndole soltar un quejido muy a su pesar.

—¿Qué sucede? —preguntó Sesshomaru molesto porque genuinamente le interesaba la respuesta.

—No es, nada no es nada —mintió Kagome una vez más.

Dio un paso para alejarse de aquel youkai cuando sorpresivamente Sesshomaru le cerró el paso, estaba frente a ella y con movimiento rápido le destapó el hombro, Kagome quedó paralizada al instante, tanto por el dolor como por la forma en que la había destapado, de esa forma tan ¿sugerente...?

—Tu hombro está destrozado —musitó Sesshomaru sin ocultar su asombro, el color de aquellos moretones iba desde el negro y verde hasta el rojo y morado, aquello llevaba tiempo, y él sabía bien a qué se debían aquellos moretones, a qué se debía aquel hombro maltrecho.

—No tiene importancia —dijo tontamente la sacerdotisa mientras se tapaba el hombro con dificultad.

—No serás capaz de utilizar tu arco —apuntó.

Kagome sabía que aquello era verdad, pero no había tiempo para que ella estuviese quejándose ni para estar malherida, tenía que superarlo, aunque el dolor le hiciera querer berrear.

—Necesitas que te curen eso —dijo Sesshomaru viendo de reojo su hombro—, de otra forma no serás más que una carga —puntualizó con un tono un poco más duro del que pretendía.

Kagome agachó la cabeza, sabía que Sesshomaru tenía razón, no podría ser de ayuda en ese estado, pero ¿qué podía hacer... quién podría curarla?

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